El concepto de felicidad es visto con mucha amplitud. A veces, la felicidad es encarada solamente como un factor emocional, un sentimiento. Otras, está relacionada a algo material o a un simple momento de placer. Por ejemplo, una buena casa para vivir en la gran ciudad, un viaje internacional para celebrar una fecha especial como la graduación o la luna de miel, una buena relación con la persona amada y la familia. Todo el mundo busca una buena calidad de vida.
Solo que, curiosamente, los países ricos y con un buen nivel de felicidad, también presentan altas tasas de suicidio. En el 2010, investigadores norteamericanos y británicos indicaron, después de comparar datos sobre los valores y las condiciones sociales, que los estados norteamericanos más felices también eran los que presentaban las mayores tasas de suicidio. El descubrimiento fue confirmándose en otros países, como Dinamarca y Suiza.
Suicidios en el mundo
Cada 40 segundos una persona se suicida en el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 55% de los suicidios son cometidos por personas con menos de 45 años (siendo que los jóvenes entre 10 y 24 años son considerados el mayor grupo de riesgo). Este rango de edad abarca a una mayoría en plena actividad económica, social y que debería sentirse realizada.
¿Dónde vive la felicidad?
Pero, ¿por qué sucede eso? ¿Por qué los servicios de calidad, un poder adquisitivo y un buen trabajo no garantizan la tan deseada felicidad ni desalientan a alguien de quitarse la propia vida? Porque la felicidad está verdaderamente en una vida con Dios. Según el obispo Edir Macedo afirma en el libro “Alianza con Dios”, “la mayor importancia de una alianza con Dios no es la certeza de una vida abundante, sino la relación y comunión con Él”.
La contradicción que une una buena calidad de vida a una alta tasa de suicidio destacada en una misma población nos muestra que no es el lugar en donde nos encontramos que determinará quiénes somos de verdad y si vamos a ser felices o no. Usted puede vivir en una casa linda, en un barrio residencial de la ciudad, o trabajar en una empresa multinacional y ser infeliz. A veces, incluso lidiando con problemas como el rechazo, la depresión, los vicios y la violencia.
Lo que determinará la conquista de su verdadera felicidad es su fe. Esta no vive entre cuatro paredes, sino dentro suyo. Es posible darle un basta a la condición que le hace sufrir y liberarse. Comience enfocándose en sus objetivos de vida y siéntase bien consigo mismo y realizado con sus compromisos. La fuerza para seguir este camino viene de Dios. Priorice la fe en su vida.
“Bienaventurado todo aquel que teme al Señor, que anda en Sus caminos. Cuando comieres el trabajo de tus manos, bienaventurado serás, y te irá bien.” Salmos 128:1-2
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