Había una vez un joven agricultor cuya novia era muy bonita. Tenía todo para ser feliz, pero estaba, por increíble que parezca, estaba muy triste, y eso terminó llamando la atención de un viejo amigo de su familia que, buscando ayudarlo, le preguntó cómo procedía en su día a día.
“De mañana bien temprano”, respondió el muchacho, “paso a ver a mi novia y, después, voy al campo, a ver cómo andan las actividades de los trabajadores de mis plantaciones. Sin embargo, últimamente mi novia no me está pareciendo muy bonita como antes, y la plantación anda medio sin vigor y sin verdor”.
“Entonces haz así: cuando te levantes, primero ve y visita tus campos; solo después de eso, al regresar, pasa a ver a tu novia”, le aconsejó su amigo experimentado.
Un tiempo más tarde, los dos hombres se volvieron a encontrar. Ahora, el muchacho estaba alegre y satisfecho, lo que naturalmente fue notado por su amigo, quien le explicó: “Tú no hacías nada incorrecto, pero había un problema: ¡hacías las cosas correctas en el momento indebido! A la mañana temprano, tu novia aún estaba con sueño; sus ojos aún estaban medios cerrados y sin brillo; todavía no se había peinado como debía, ni había tenido tiempo de ponerse perfume. De la misma forma, ya con el sol alto, las plantaciones están realmente “caídas”, pues ya perdieron la frescura del rocío de la madrugada, que las hace bonitas y vigorosas”.
Dice la Palabra de Dios: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.” (Eclesiastés 3:1)
Note, querido lector, que todos saben lo que es correcto y lo que es incorrecto, pero solo los que son guiados por el Espíritu de Dios saben el momento adecuado en que se deben hacer las cosas correctas. Hacer las cosas correctas en el momento indebido puede ser desastroso y conducir a una completa ruina.
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