El Señor Jesús, en Sus prédicas, juntaba a mucha gente a Su alrededor y hablaba en contra de los males de la humanidad, sobre la felicidad del pueblo, la liberación y cosas similares, lo que naturalmente Lo convertía en un objetivo de persecución, que duró realmente los tres años de Su ministerio terrenal. Sí, pues Su muerte fue el ápice de esa persecución. Fue preso y crucificado como un criminal, un terrorista. Su sentencia de muerte está registrada en un documento oficial del Imperio Romano. Quien tenga la oportunidad de leerla, verá que fue condenado bajo la acusación principal de querer incitar al pueblo contra el Gobierno, es decir, fue asesinado como si fuera un revolucionario político, por eso, fue juzgado en el tribunal.
La persecución contra la Iglesia
Los discípulos fueron perseguidos inmediatamente después de la muerte del Señor Jesús, pero en el libro de Hechos vemos que la Iglesia, al principio, comenzó muy bien, con grupos que se reunían en las casas, teniendo todo en común, conforme está registrado en los capítulos 2 al 4, que muestran la felicidad de ese pueblo, principalmente después del descenso del Espíritu Santo (Hechos 2).
En ese período, la Iglesia se quedó en Jerusalén, llena del Espíritu Santo, orando a Dios, buscando la Palabra, reuniéndose y cantando adoraciones. Estaba todo aparentemente bien, solo que la Iglesia no crecía, o sea, el mandamiento del Señor Jesús no estaba siendo cumplido: Y les dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En Mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.” Marcos 16:15-18
Por lo tanto, la Iglesia estaba quedándose solo en Jerusalén, en las casas de los cristianos, sin demostrar las señales del poder de Dios en su vida y en la vida de sus miembros. Las grandes señales que presentaba en su inicio eran, en realidad, la solidaridad, el amor y la fraternidad, pero era necesario algo más.
En el año 70 de nuestra Era, el general romano Tito Vespasiano tomó Jerusalén y la destruyó, esparciendo a los cristianos por todas partes. Después de la persecución a la Iglesia, principalmente en Roma, esta comenzó a crecer. Esto no significa que la persecución sea algo bueno para la Iglesia, pero está probado que solo es perseguido aquel que hace algo, que incomoda o se mete con el orden establecido.
Si los cristianos se quedaran en sus casas, calladitos, tranquilos, si estuvieran satisfechos con lo poco que tienen, nadie se metería con ellos; sin embargo, si comenzaran a reclamar, a señalar los errores, a denunciar las cosas equivocadas, a meterse con las estructuras, a mostrar la falsedad reinante, naturalmente las persecuciones surgirán.
(*) Texto extraído del libro “Estudios Bíblicos”, del obispo Edir Macedo
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