“… No temas, Abram; Yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande.”, (Génesis 15:1).
La indignación de Abraham era tanta que fue indiferente a esa promesa de Dios. A pesar de sus innumerables privilegios, estaba indignadísimo por su situación humillante.
Él era el bendecido del Señor por donde quiera que fuese; nadie se atrevía a meterse con él, porque el Todopoderoso era su Escudo; quien lo bendecía, era bendecido; quien lo maldecía, era maldecido.
Abraham era invencible, intocable e inquebrantable porque contaba con el Dios Altísimo.
Después de haber prevalecido sobre cuatro reyes, que habían vencido a otros cinco reyes, Abraham tuvo temor de que su fama se difundiera y suscitara la ira y la envidia de todos los pueblos de aquellas tierras.
Él contaba solo con 318 hombres nacidos en su propia casa.
Cuando el Señor se le apareció en una visión, lo animó diciéndole que no temiera a los enemigos, y le garantizó un galardón muy grande; Abraham manifestó su indignación por la situación humillante de no haber tenido aún un hijo, por lo menos. O sea, él no consideró la promesa del galardón sobremanera grande.
Cuando se manifiesta la fe atrevida, no hay nada que perder. Ese es el tipo de fe que violenta al infierno, que arrasa las dudas e impone el querer.
Creo que el atrevimiento de la fe de Abraham agradó al Todopoderoso. Por eso, le dio la visión del cielo estrellado. Y le prometió una descendencia innumerable. El Altísimo es realmente así. Está siempre listo “… para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros…”, (Efesios 3:20).
Obs.: No se olviden de que el Ayuno de Jesús no es para cualquiera, así como las infinitas bendiciones del Todopoderoso no son para cualquiera.
[related_posts limit=”9″]