Llegó allí necesitando huir del mundo. Se escondió donde, aunque todos pudieran ver, nadie podría alcanzar. Muchos más que alejarse de las personas, Se alejó de todas las influencias que podían colocarlo en duda. No había espacio para dudas.
El mundo lanzó en Su cabeza durante más de 30 años todos los tipos de egoísmo y prepotencia que el hombre fue capaz de crear durante su Historia. El mundo juzgó y condenó las actitudes de hombres que buscaban el bien del prójimo, humilló a los más humildes y le dio rienda suelta a los sentimientos de superioridad que abrigaban el corazón de los ricos y de los poderosos.
Para cumplir Su misión, aquel Hombre necesitaba estar limpio de todo eso. Y ese fue el motivo por el cual Se escondió. Se escondió en el desierto. Aunque no Se escondiera de los ojos curiosos de Sus seguidores, Se apartó a tal punto que el corazón de Sus discípulos no pudieran comprender lo que Él realmente buscaba allí.
Cada información recibida pesaba sobre Sus hombros, sobre Su corazón. Tomó para Sí las miserias y las cosas sin importancia que afectaban la vida de millares de personas. Ya no era posible respirar la verdad, tener la seguridad de lo que sucedería de allí en adelante. Y entonces Se escondió.
¿Cuántos hombres son capaces de renunciar la convivencia social, de aquello que juzgan importante, para pasar por un proceso de crecimiento interior? Él necesitaba darse más atención a Sí mismo, cerrar los oídos de lo que el mundo gritaba y abrir los ojos a lo que Su Padre Le mostraba. Tenía una misión en el mundo, y para cumplirla era necesario estar atento a todas las señales del Señor. El mundo interfería demasiado, Él no podría pasar aquellos 40 días adentro de él.
No hizo alarde, no le avisó a los demás que pasaría por ese proceso de purificación, solo Se retiró silenciosamente y allí permaneció durante todo el tiempo que el Padre necesitaba hablarle. Claro que las tentaciones vinieron, el deseo de volver al mundo, de aprovechar la vida con Sus compañeros, pero Su fe fue más fuerte.
La misión que Dios destina a cada uno es única y, si uno no fuera y tuviera bastante fe para cumplirla, jamás será completa. Es responsabilidad de cada uno reflexionar, oír al Señor y limpiar su espíritu para que sea hecha en él la voluntad del Padre.
Al final de los 40 días, Jesús volvió listo para dar el próximo paso rumbo a la Salvación de cada alma del mundo. Casi 2 mil años después, Dios nos da una nueva oportunidad de reflexionar, de evitar lo superfluo que viene del mundo y limpiar el alma para vivir la misión a la cual fue destinado.
Recuerde cómo fue el ayuno de Jesús, note cuán atribulada estaba Su vida y cómo Lo ayudó apartarse del mundo. Después, considere: ¿es tiempo de que usted también ayune?
El “Ayuno de Jesús” en la Universal comenzó el 10 de junio. Controle lo que puede entrar o no en su corazón.
(*) Mateo 4:1-11
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