¿Recuerda cuando usted estaba desempleado y Le pedía a Dios un trabajo? ¿O cuando no tenía auto y andaba en transporte público? Y ahora que ya conquistó lo que deseaba, ¿cuál es su actitud?
Al levantarse a la mañana se queja de que tiene que ir a trabajar, al agarrar el tránsito se queja de que pasa mucho tiempo conduciendo. ¿Dónde está su placer por las conquistas de la vida? ¿Qué le sucedió a usted?
Tenemos que ser capaces de alegrarnos con las cosas que conquistamos y con lo que somos. Cuando comience a quejarse por algo, arrastre a su memoria a la fase de su vida en donde no poseía lo que tiene hoy, cuando no era la persona más paciente y amable que aprendió a ser.
Busque la alegría, la felicidad en las cosas simples de la vida. El placer y la sonrisa están en un abrazo, una ida al mercado, cuando usted compra lo que más le gusta comer, un día que puede comprarse las zapatillas que siempre quiso, una amistad que siempre admiró, que ahora está allí, esperando su participación, su cariño, su acercamiento.
¿Cuándo miró al cielo para apreciar una noche? ¿Cuándo se detuvo a notar el aire entrando en sus narices? ¿Cuándo pudo tener placer en una simple tarde con su familia y con sus amigos? ¿Cuándo logró valorizar el esfuerzo de alguien para ir hasta su casa, por el simple placer de estar en su compañía?
Tener placer en las cosas de la vida no siempre significa pecar, salir de la presencia de Dios, al contrario, es valorizar cada experiencia que Él le dio, cada día, cada detalle, cada mirada. Es tener placer en entrar en su auto, en ir a la casa de un amigo, en valorizar un desayuno en familia.
No necesitamos muchas cosas para ser felices. La felicidad puede ser encontrada en pequeñas cosas, pero que son de gran importancia para la vida. Solo basta descubrir cuáles son estas cosas para usted y valorizarlas al máximo, hasta el último día de su vida.
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