“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.
Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa…” (Hebreos 11:8-9)
El fragmento anterior muestra uno de los pasajes bíblicos en el que las personas vivían en tiendas, habitaciones livianas y desmontables, portátiles. Debían ser livianas, pero, resistentes, protegiendo del frio de la noche, del calor del día y de otras intemperies, como la lluvia.
Las tiendas de los hebreos del Antiguo Testamento eran hechas, en su mayoría, de cuero de cabra. Se cosían varias piezas con el fin de formar un gran revestimiento que, puesta sobre estacas y estiradas con cuerdas atadas al suelo, servían de abrigo. Tejidos coloridos servían de paredes externas e internas conforme a la vivienda.
Tiendas como esas abrigaban al pueblo hebreo cuando salió de Egipto rumbo a la Tierra Prometida, durante 40 años en el desierto. Inclusive el Tabernáculo era una gran tienda, un galpón de tejidos y madera, un gran templo portátil y desmontable que acompañaba a la caravana. Antes de él, Moisés, cuando se retiraba del campamento principal, hablaba con Dios en una pequeña tienda.
Más tarde, inclusive en el período neo-testamentario, el apóstol Pablo tenía como trabajo para sustentarse el dedicarse a la fabricación de tiendas. En su época él tejía telas de un tipo de lana oscura muy resistentes, de calidad incuestionable, y con ella cubría las habitaciones móviles que vendía en los mercados de las ciudades por donde pasaba predicando la Palabra. Pablo tuvo aprendices para el trabajo el trabajo del evangelismo, y dos de ellos también lo acompañaban en la confección de las tiendas: Aquila y Priscila (ilustración al lado).
Aún hoy, muchos beduinos viven en tiendas por el desierto, llevando un modo de vida muy parecido al de los hebreos de los tiempos bíblicos, aunque algunos usen materiales más modernos para sus tiendas. La costumbre de las viviendas móviles de tejidos nunca fue completamente abandonada.
La popular Fiesta de los Tabernáculos, en la cual algunas familias inclusive llegaban a acampar, les recordaba a los judíos la época en la cual todo era transitorio, cuando tenían que hacer mucho, usando poco. Esto los alertaba a darle más valor a lo que habían conquistado después de muchas generaciones, ya viviendo en residencias fijas. Los tiempos humildes de desierto volvían, aunque metafóricamente, para que piensen y nutran su gratitud a Dios.
Paredes de tela
Algunas veces, las paredes externas de las tiendas eran hechas con el mismo material que el techo, el cuero. Pero otras eran confeccionadas de tejidos coloridos (o incluso bonitas alfombras), así como las internas, incluyendo las del frente y las del fondo, como cortinas móviles o fijas, de acuerdo con el uso. Cuando el tejido era usado en las paredes externas, se volvía impermeable después de la primera lluvia, ya que la trama se encogía. Las alfombras forraban el piso, o este era dejado simplemente como era encontrado: piso de tierra, de acuerdo con las posesiones de los habitantes.
Solamente el marido o el padre tenían permiso entre los hombres para entrar a la tienda donde estaban las mujeres. Si un extraño entrase allí, podía ser castigado con la muerte. Es común para aquel que desconoce, que al leer Jueces 4, acuse al personaje de Jael como traidora por lo que pasó en su tienda. Sísara, comandante del ejército de Canaán, que oprimía a los hijos de Israel, tuvo sus tropas vencidas por hombres israelitas de Barac. Huyendo, Sísara encontró a Jael, cuyo marido, Heber, no estaba en casa. Ella lo protegió en su tienda. Exhausto, el comandante de Canaán se durmió profundamente, y Jael lo mató, clavándole una estaca de la tienda en su cráneo al punto de atravesarlo. Aunque parezca que esto fue un acto de traición, la mujer solamente uso un artificio que la ley de la época le permitía: que un hombre que no fuese su marido o padre sea asesinado si entrase a una tienda ajena. Ejerció su derecho, y cumplió una profecía dictada por la jueza Débora en el Monte Tabor: la de que Sísara sería entregado a Israel por las manos de una mujer, aquel día.
Otras costumbres
Las visitas eran recibidas por la parte de adelante de la tienda, en una parte solo con el toldo del techo, como un porche. Fue en una de esas fachadas que estaba Abraham, buscando un lugar más fresco para aplacar el calor desértico, cuando tres ángeles llegaron para anunciarle que, en un año, Sara y él tendrían un hijo de su propia sangre. (Génesis 18:1-2)
Cuando la familia aumentaba, o se volvía más próspera, se ampliaba la tienda. Se agregaban más pieles de cabra al toldo principal, y más cortinas dividían el interior y el exterior. Esa adición al tamaño fue usada para ejemplificar cómo el pueblo crecería, en el Antiguo Testamento: “Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas; no seas escasa; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas. Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda; y tu descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas.” Isaías 54:2-3
Las pertenencias de la familia (armas, utensilios de cocina, vasijas con agua y alimentos, juguetes, herramientas, entre otros) eran depositados junto a las estacas internas que sostenían el techo.
Palacios itinerantes
Como ejemplificamos con el Tabernáculo, las tiendas no eran solamente las más simples, como la mayoría. Podían ser lujosas. Cuando los reyes viajaban, por ejemplo, sus grandes tiendas, repletas de comodidad, podían ser confeccionadas de tapicería noble, tejidos finos, e inclusive con estacas decoradas con oro y piedras preciosas. Los generales también tenían sus tiendas destacadas cuando los ejércitos acampaban en tiempos de guerra (como en la foto de abajo, de la miniserie “Rey David”), o incluso en viajes para entrenamiento.
Aunque el líder de un pueblo se abrigara en una tienda común, la misma debía ser diferente a las demás. Era común que una lanza clavada en la entrada mostrara que allí había un rey. O incluso cuando no hubiese una tienda separada: en un campamento en el desierto de Zife, mientras Saúl dormía entre sus seguidores en una de las persecuciones a David, su lanza estaba clavada en su cabecera. David, sigilosamente, se acercó al monarca dormido y le robó la lanza, además de la cantimplora con agua, para luego mostrarle al rey lo cerca que él estuvo y que hubiese podido matarlo si quería (1 Samuel 26).
El tiempo en el que los hebreos vivían en tiendas ya pasó. Pero aquella época es frecuentemente recordada por los seguidores de Dios, cuando simples pedazos de tejidos los separaban de los peligros externos, pero contaban con la protección divina, con la fe en la Tierra Prometida que un día vendría.
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