En cualquier lugar del mundo la adquisición de objetos de valor, de consumo, propiedades o servicios está sujeta al intercambio por el papel moneda o dinero.
Todo el mundo funciona así y nadie se queja por esa regla.
Las personas pueden incluso quejarse por no tener dinero, pero no por tener que usarlo en el intercambio de bienes de consumo.
En el Reino de Dios, el Reino invisible del Todopoderoso aquí en la Tierra, no es diferente.
Toda y cualquier Promesa Suya está sujeta a un precio o valor.
Ese hecho parece difícil de aceptar, pero si observamos bien los textos sagrados, no hay una promesa ausente de esta regla.
Sino, veamos:
A los hijos de Israel, dijo el Señor: “Acontecerá que si oyeres atentamente la voz del Señor tu Dios, para guardar y poner por obra todos Sus mandamientos que Yo te prescribo hoy, también el Señor tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la Tierra.”, (Deuteronomio 28:1).
A Sus discípulos, dijo el Señor Jesús: “Si alguien Me ama, Mi Palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.”, ( Juan 14:23).
Por favor, observe bien las condiciones impuestas por el Señor para cumplir Sus Promesas.
Si oyeres atentamente la voz del Señor tu Dios, el Señor tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la Tierra.
Si alguien Me ama, Mi Palabra guardará, y entonces el Padre y Yo haremos morada con él.
Es decir: todas las promesas Divinas tienen un costo. El precio es la fe.
Nadie necesita ser muy astuto para entender que estas y todas las demás bendiciones Divinas tienen un precio cuya moneda es la fe. Fe que exige la obediencia o la práctica de la Palabra de Dios.
Cuando el Señor nos invita a comprar sin dinero, “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.”, (Isaías 55:1).
El precio que Él cobra es la fe en Su Palabra. Y la fe en Su Palabra significa confianza en Su Santísima Persona.
Por lo tanto, la fe es la moneda de intercambio para la adquisición de toda y cualquier respuesta de Dios. Incluso la Salvación del alma, porque Él dice: “Mas el justo vivirá por fe…”, (Hebreos 10:38)
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