Cuando estudiamos las Escrituras en el hebreo original, podemos ver cómo es concreto el pensamiento del pueblo hebreo, aun delante de las cosas abstractas como los sentimientos. Eso es más evidente cuando buscamos el significado de las palabras. La palabra “ira”, por ejemplo, lo muestra claramente.
En hebreo, “ira” o “enojo”, es “aph” (Éxodo 4:14), la misma palabra es usada para “nariz” o para “narinas” (Job 40:24). ¿Usted ya ha observado que cuándo una persona está muy enojada sus narinas se expanden, a causa de la respiración acelerada? Por eso se la relaciona. Es la forma concreta de materializar algo abstracto, como en este caso.
La palabra gana algunos sinónimos a lo largo de las Escrituras. Aparece 42 veces como
“ira”, 171 veces como “cólera” y 250 veces, solo en el Antiguo Testamento, con sinónimos.
Airarse no es pecado
Dos veces en la Biblia vemos que no es pecado airarse: “Si se enojan, no pequen; en la quietud del descanso nocturno examínense el corazón.” (Salmo 4:4 NVI) “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo…” (Efesios 4:26). El problema está en lo que dejamos que ese sentimiento cause en nuestras vidas.
La ira es uno de los frutos de la carne (Gálatas 5:22), y el fruto del Espíritu Santo que neutraliza a la ira es la benignidad y el dominio propio. En un momento de ira, debemos ser aún más vigilantes con nuestras palabras. De hecho, la ira provoca nuestra reacción. Y es sobre eso que no tenemos control, porque planeamos nuestras acciones, pero las reacciones siempre son una sorpresa, inclusive para nosotros mismos.
No podemos utilizar la ira como válvula de escape de nuestras frustraciones. Las consecuencias pueden ser irreversibles. Sin embargo, podemos usarla a nuestro favor. ¿Cómo? Primero reconociendo que estamos airados y no alimentando ese sentimiento con pensamientos que nos dejen aún más insatisfechos. Segundo, constatando qué es lo que nos causó la ira. Quizás allí está la raíz de un problema.
Y aun teniendo el derecho de airarnos, la orientación Divina es que no seamos impacientes, porque ciertamente esto podría terminar mal (Salmos 37:8).
No suscite la ira entre los hombres
“Ciertamente el que bate la leche sacará mantequilla, y el que recio se suena las narices sacará sangre; y el que provoca la ira causará contienda.” (Proverbios 30:33)
Esto quiere decir, instigar, estimular. Cuando no sabemos lidiar con la ira, podemos estimularle en las personas a nuestro alrededor. Es necesario observar el tono de voz que usamos al expresar una insatisfacción y evitar provocaciones, principalmente con las personas que se enojan fácilmente. Sepa cómo expresarse sin atacar, ni explotar, ni tampoco dé indirectas. Evite hacer críticas negativas, amenazas, o actuar de manera que sabe que enoja a los demás. Despertar el enojo es una característica de las personas iracundas. Los longánimos de espíritu siempre apaciguan las contiendas (Proverbios 15:18).
La ira de Dios
En algunos versículos bíblicos observamos que el pueblo de Israel era siempre advertido a no provocar la ira de Dios: “…si traspasareis el pacto del SEÑOR vuestro Dios que Él os ha mandado, yendo y honrando a dioses ajenos, e inclinándoos a ellos. Entonces la ira del SEÑOR se encenderá contra vosotros, y pereceréis prontamente de esta buena tierra que Él os ha dado.” (Josué 23:16)
La ira de Dios no es igual a la ira humana. La ira divina se manifiesta solamente delante de la injusticia. Tal vez la mala interpretación esté justamente en la carga negativa que la palabra “ira” lleva consigo. Entonces, cuando nos referimos a la ira de Dios, las personas, enseguida, la interpretan de una manera equivocada. Pero ella equivale al juzgamiento, a dar lo que es justo. Por esta razón el salmista David siempre rogaba a Dios que no usase Su ira (justicia), sino que tuviese misericordia (perdón no merecido). “Reprimiste todo Tu enojo; Te apartaste del ardor de Tu ira. Restáuranos, oh Dios de nuestra salvación, y haz cesar Tu ira de sobre nosotros.” (Salmos 85:3-4)
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