El secular conflicto entre la fe y la razón, establecido desde los primeros tiempos del cristianismo, se inició con la necesidad de la cultura griega en el sentido de desear y comprender, por la racionalidad lógica, el discurso y la práctica de los cristianos.
Ese conflicto originó la filosofía cristiana, la teología, los credos y los dogmas, propiciando una creencia híbrida, formal y ritualista, que resultó en la iglesia Romana cuya historia es muy conocida.
El mundo contemporáneo continúa, por influencia de las más diversas filosofías, considerando a la razón como dueña de la verdad; la única manera de conocer capaz de descubrir la verdad a los hombres. Lamentablemente, la cultura europea, de la cual somos pobres herederos, no reconoce al ámbito de la fe, donde se encuentran lo sagrado, el misterio, la revelación, y la verdad es que fue exactamente ese ámbito escogido por Dios para poder revelarse a Su criatura.
Aunque la fe posea un cierto contenido racional, no puede ser totalmente comprendida por la razón. La comprensión meramente racional del mundo lleva a la persona a una vida alienada y sin sentido, así como una comprensión propiamente del fideísmo conduce al fanatismo y a la ceguera. Es cierto que los dos componentes no se excluyen, pero también es cierto que no tienen el mismo peso.
La Iglesia Universal del Reino de Dios es consciente de la supremacía de la fe en relación a la razón. Esa conciencia deja al ser humano independiente de las estructuras racionales, religiosas o no. Quizás sea este uno de los aspectos más importantes que la hacen diferente a otras asociaciones religiosas. Creemos, por encima de cualquier cosa, y nos basamos en la Biblia, que consideramos que es la Palabra de Dios.
Al curar a un ciego de nacimiento, Jesús escupió en el suelo, mezcló Su saliva con la tierra, untó con este barro los ojos del ciego y lo mandó a que se lavase en un estanque para que fuera curado. El texto bíblico dice que el ciego fue. ¿Cuál sería la explicación racional para este hecho? La que fuere, sería absurda.
La fe no pide explicaciones; es así como la Biblia enseña. Existen muchos tipos de personas que se dicen ser cristianas, pero que niegan la veracidad de los textos bíblicos por considerarlos mitos, adiciones textuales o cosas por el estilo. Tales personas no aceptan los valores más básicos del cristianismo e incluso creen en la fe, pero son incapaces de creer en el Dador de esta fe.
La razón humana no puede ser encontrada en un estado natural. Las personas son educadas en sociedades con valores y principios impregnados de conceptos ideológicos propios. A quien le guste juzgar a los demás a la luz de la razón de este mundo debe considerar que esta no proporciona la única ni la verdadera visión de la vida.
El milagro pertenece al ámbito de la fe. También la creencia en el diablo, en sus demonios, y la esperanza de la vida eterna. Puede parecerle extraño a algunos intelectualoides, pero es de eso que habla el Nuevo Testamento. La vida de Jesús se rige y se caracteriza por sucesos milagrosos.
Cuando Juan Bautista estuvo preso, deseó certificarse de que Jesús era realmente el Mesías y envió mensajeros para verificarlo, Jesús no los recibió con argumentos racionales o históricos para probar que era el enviado de Dios.
Simplemente señaló los milagros que realizaba. El propio Cristo, según los Evangelios, pasó mucho más tiempo expulsando demonios y curando milagrosamente a las personas, que predicando sermones o distribuyendo comida a los pobres.
En un mundo que se dice plural y complejo y que se afirma en la era de la postmodernidad, una iglesia que rompe con la lógica de la estructura perversa e incrédula de la sociedad establecida, y que lleva a sus fieles a creer con simplicidad en un Dios que es Padre y que está interesado en la felicidad de Sus hijos, conforme enseñó Jesucristo que no debería ser perseguida.
No deberían ser tratados como ladrones y chantajistas quienes dedican sus vidas a servir a los demás. El título de mercantilista no cabe a ninguna organización religiosa que esté insertada en un sistema en el cual sin dinero no se puede hacer nada, mucho más cuando ese sistema es injusto, corrupto, sucio y, lo peor de todo, aceptado, propagando e impuesto a los ciudadanos, en el uso de una racionalidad mentirosa, hipócrita, maliciosa y sin Dios.
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