Cepillarse los dientes, bañarse, peinarse, parecen acciones triviales, pero son de suma importancia para la salud del cuerpo de una persona.
Y para la salud del alma, ¿qué ha hecho?
¿Ya ha conversado con alguien que de cerca que no se cepilla los dientes? ¿Y con aquella persona que transpiró todo el día y no se bañó? Nos deja la mala impresión de que es descuidada.
Parece espantoso, pero un estudio reciente reveló que de entre mil mujeres, el 24% de ellas nunca se lavan las manos después de utilizar el baño, el 33% no se bañan todos los días, y, sorpréndanse, el 85% se viste con ropa sucia. Esto solamente porque estamos hablando de mujeres, que tienen el paradigma de ser más cuidadosas con respecto a la limpieza que los hombres.
Deténgase y piense, ¿por qué sucede esto? ¿Por el descuido, la falta de amor propio, las corridas del día a día, el disgusto por la limpieza?
Ahora imagínese a aquel que no se preocupa por su limpieza espiritual.
Así como la limpieza del cuerpo necesita mantenerse diariamente, nuestra alma y espíritu necesitan limpiarse todos los días para poder tener acceso al Padre.
Pero, ¿cuáles son las suciedades espirituales? Todo y cualquier tipo de pecado. El problema es que el agua y el jabón no sirven en este caso, por eso es necesaria mucha oración, consagración y ayuno.
La limpieza espiritual necesita una atención especial suya, diferente de la del cuerpo, por el cual usted solo gasta algunos minutos y queda todo limpito. Quien quiera una vida limpia delante de Dios necesita abrir el corazón para Él, buscando en Su Palabra la sabiduría y los dones. Estos sí son los “productos de limpieza” que necesitamos y debemos ponerlos en práctica todos los días.
Pero, ¿para qué?
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.” (Mateo 5:8)
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