Gad era hijo de Jacob y Zilpá, una de las siervas de su esposa Lea. Su nombre, en hebreo, significa “afortunado”. De su descendencia surgió la tribu que llevaba su nombre.
Cuando los hebreos caminaban por el desierto rumbo a la Tierra Prometida, la tribu de Gad acampaba siempre al sur del Tabernáculo. Muchos de sus hombres se convirtieron en valerosos lanceros del ejército del pueblo de Dios, importantes en la conquista de Canaán.
Cuando llegaron a la Tierra Prometida, les fue dado a los gaditas el territorio al este del río Jordán que incluía a la mitad de Galaad, región muy fértil y bonita. Aquellas tierras productivas fueron dadas como recompensa por haber sido Gad, al lado de Josué, una de las tribus que más temían a Dios y seguían Sus preceptos. Combatiendo ferozmente a los que no Le obedecían.
Los guerreros de Gad tenían la fama de ser crueles en la batalla, demostraban mucha agilidad en las luchas, además de la habilidad mencionada con las lanzas, que permitía eliminar a los enemigos a distancia con lanzamientos precisos.
Cuando Israel se dividió, después de la muerte de Salomón, Gad integró el separado Reino del Norte, junto a otras nueve tribus. Con el tiempo, los gaditas se alejaban cada vez más de la sujeción a Dios, afirmándose en sus propios pies, creyendo que no necesitaban más Su protección. Estaban en esa condición cuando los asirios derrotaron a los israelíes y los llevaron como esclavos hacia Babilonia. Gad y su historia se perdieron en el cautiverio, no formando parte del grupo que más tarde volvió a Israel, después de la libertad. Se convirtió, así, más conocida como una de las “10 tribus perdidas de Israel”.
Ni siquiera su noble origen ni la ferocidad de sus temidos guerreros fueron suficientes para que Gad y su pueblo siguieran existiendo. Lejos de Dios, se perdieron tanto, que, fuera de lo que está escrito en la Biblia, poquísimo fue preservado de su historia.
[related_posts limit=”6″]