Ver a Moisés en ese estado no agradó a Jetro. Aunque conociera a su yerno como un hombre valiente, determinado y lleno de misiones para cumplir, no conseguía ver cómo sería posible guiar a un pueblo entero en ese estado.
Moisés se levantó de su silla al final del día y pocas fuerzas le quedaban. Era necesario restablecerse para que, por la mañana, apenas el sol naciera, estuviese listo para retomar su rutina.
Jetro sabía que Moisés era un hombre bendecido, tanto que le entregó a su hija Séfora como esposa. No obstante, el sacerdote de larga data en Madián, tenía la plena convicción de que ningún hombre carga en sí la fuerza de Dios.
“¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde?” Le preguntó Jetro a Moisés, el día siguiente a su llegada al desierto donde el pueblo de Israel estaba acampado.
“Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios”, le respondió Moisés. “Cuando tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y Sus leyes.”
“No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo.”
A pesar de esforzarse mucho, Moisés realmente no podría haber llevado a su pueblo adelante de aquella manera. Él ya era de edad avanzada y venía de una terrible batalla contra los egipcios. Era necesario pedir ayuda.
“Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer”, le aconsejó Jetro.
También le dijo que elija a hombres serios, que juzgaran los casos pequeños, y solo los más graves llegarían a Moisés. Así lo hizo el líder del pueblo de Israel, sin embargo seguía preocupado por el destino de su pueblo.
Moisés sabía que el único indicado para juzgar a alguien era Dios y, por eso, Lo buscó cuando el pueblo acampaba en el desierto, en frente al Monte Sinaí.
“Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a Mí”, le dijo el Señor. “Ahora, pues, si diereis oído a Mi voz, y guardareis Mi pacto, vosotros seréis Mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque Mía es toda la tierra. Y vosotros Me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.”
Y, habiendo dicho esto, le dictó los Mandamientos.
(*) Éxodo 18 y 19:1-6
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