“Sufro tanto con el ‘efecto acordeón’ que si alguien me abraza con fuerza, me sale una melodía”, dice una señora, mientras come un suculento combo de hamburguesa con papas fritas y gaseosa. Ella se queja que tiene sobrepeso y dice que piensa en realizarse la famosa reducción de estómago, porque solo de esta manera logrará transformar su alimentación. Parece una broma, pero no lo es.
Después que inventaron el bypass gástrico, muchas personas prefieren realizárselo (aun sin necesidad) en vez de regular su alimentación.
Fue el caso de una dentista del interior de Minas Gerais que, después de algunos intentos frustrados para adelgazar, recurrió a este procedimiento. Pero, a causa de un problema burocrático con su plan de salud, la operación tuvo que cancelarse. Sin embargo, esa situación hizo que ella comenzara a realizar ejercicios y que mejorara su alimentación. ¿El resultado? En solo un mes adelgazó 7 kilos. Hoy festeja 38 kilos menos en la balanza y una vida saludable.
Juliana da Costa Silveira, nutricionista clínica y deportiva, explica que es necesaria la determinación para cambiar los hábitos alimenticios antes de pensar en cualquier otro método. “La persona tiene que estar convencida de la necesidad del cambio y, principalmente, querer la transformación. Mientras no haya compromiso, no sucede nada”, afirma.
¿Es posible entrenar el cerebro?
En el caso de que usted sea uno de aquellos que ponen mala cara cada vez que ve una ensalada, sepa que la solución para sus problemas alimenticios puede estar en su mente. Una investigación estadounidense afirma que es posible entrenar el cerebro para elegir alimentos saludables y estar satisfecho con ellos. Según los investigadores, la solución está en consumirlos hasta que el cerebro se vuelva adicto.
“Los buenos hábitos alimenticios funcionan de la misma manera como ese dulce después del almuerzo que el individuo se acostumbró a consumir, y que pasó a ser una necesidad para él. A través de la repetición, el cerebro aprende las ‘rutinas’ y se acostumbra a las mismas, volviéndolas automáticas”, dice la especialista, que está de acuerdo con la investigación.
Pensando dos veces antes de consumir grasa
Hace un año, Fabio Furukawa Tavares, de 32 años, redactor e-commerce, pesaba 80 kilos. No parece mucho, pero para quien tiene una estatura menor a 1,68 m. no es un peso considerado saludable. “Cuando tenía 31 años, engordé 9 kilos en cuatro meses. Creo que varios factores influenciaron, como la ansiedad, el sedentarismo y la pasión por los fast foods”, cuenta Fabio. Él afirma que no le gustaban las frutas y que solo comía ensalada dentro de un sándwich.
La consecuencia no apareció solamente en la balanza, sino que su salud también se debilitó. “Tenía presión alta, tendinitis en las rodillas, dormía muy mal y me cansaba fácilmente. Sabía que necesitaba cuidarme, pero no me preocupaba”, relata. Esa falta de atención, sin embargo, no duró mucho. “El cardiólogo me dijo que la presión estaba muy alta como para alguien de mi edad, que necesitaba hacer un tratamiento y perder peso. Desde ese día en adelante, ‘me desperté’ y cambié como del agua al vino, o de la gaseosa al agua”, bromea.
Fue así que comenzaron las transformaciones en su plato. Fue a la nutricionista y empezó a realizar ejercicios. “Algunos alimentos que no me gustaban, se volvieron más agradables”. Creo que eso ayudó a entrenar a mi cerebro y hoy mi organismo pide comidas saludables”, revela. Perdió 16 kilos los últimos seis meses y recuperó tanto la salud como la autoestima.
No fue diferente con Rita de Cássia Souza, de 35 años, analista de post-ventas. Desde su niñez, la llamaban “gordita” y eso le molestaba mucho. Pero fue un problema grave de salud lo que la hizo reflexionar sobre la vida que llevaba. “Me diagnosticaron grasa en el hígado y casi me dio un infarto. Me di cuenta que tendría que rever mis hábitos”, explica Rita, que en aquella época, pesaba 103 kilos distribuidos en un cuerpo de 1,65 m.
El principal desafío para ella fue cambiar la rutina alimenticia y el controlar el deseo de consumir comidas con un alto nivel de grasa. “Aprendí a dominar la compulsión y el primer mes, con la nueva dieta, bajé 5 kilos. Vengo entrenando a mi cerebro hace 7 meses”, afirma la analista, que ahora ya tiene 25 kilos menos.
“Peso 77 kilos y mi meta es tener 70 kilos. Mi salud agradece todos los días, no tengo más problemas en el hígado y soy una mujer que tiene mucha más confianza”, se enorgullece. Además de seguir un menú saludable diariamente, ella realiza caminatas 3 veces por semana.
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