“La vida es la infancia de nuestra inmortalidad”, reflexionó el escritor y pensador alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), lo que tiene total sentido si tenemos en cuenta lo que la Biblia nos enseña sobre la muerte. De acuerdo con lo que vivimos aquí en la Tierra, nuestras actitudes y posturas, nuestro compromiso real con Dios, nos preparamos para la Eternidad a Su lado, como el propio Señor Jesús nos prometió.
Sin embargo, la mayoría de las personas, incluso algunos teniendo conciencia de lo que la Biblia dice, no ve la vida y la muerte como Goethe. El resultado: el sufrimiento y la angustia. Gran parte debido a la manera equivocada de enfrentar todo lo que sucede.
“Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza.
Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él.” (1 Tesalonicenses 4:13-14)
Claro que extrañar a los seres queridos duele. Pero gran parte de ese dolor disminuiría si pensáramos no solo en la nostalgia, que es normal, sino también en que la persona que falleció tuvo una vida íntegra y realmente comprometida con los preceptos Divinos, y que su lugar en la Eternidad está reservado, como Jesús prometió cuando también murió y resucitó.
“Mejor es la buena fama que el buen ungüento; y mejor el día de la muerte que el día del nacimiento.” (Eclesiastés 7:1)
Al finalizar sus días aquí en la Tierra, ¿usted tendrá algo para conmemorar? ¿O su vida solo fue una pérdida de tiempo? La muerte, muchas veces, puede ser vista como el desenlace de una vida plena en realizaciones, sin importar su duración, sino lo que se realizó en ella.
“El SEÑOR es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en Él confían.” (Nahúm 1:7)
Cuando el luto nos aflige, por más que los cuidados de nuestra familia y de nuestros amigos sean de una enorme ayuda, solo Dios es capaz de darnos la fuerza que necesitamos para atravesar el momento difícil.
Jesús nos devolvió el eslabón partido
“Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos.
Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” (1 Corintios 15:21-22)
Adán desobedeció a Dios y murió espiritualmente. Se separó de Él por libre y espontánea voluntad, aun siendo bajo tentación.
Sin embargo, a través de Su propia muerte en sacrificio, el Señor Jesús nos devolvió aquel eslabón partido en el Edén. Pero necesitamos aceptar ese sacrificio para que valga la pena en nuestras vidas, eternamente.
“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá.
Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25-26)
La última frase del segundo versículo es muy corta, sin embargo, es una de las más importantes de todo el pasaje bíblico destacado. Sí, a menudo oímos que el Señor Jesús es la resurrección, es la vida en persona. Él mismo nos prometió la Vida Eterna, si estamos de acuerdo con Sus preceptos.
Pero todo esto depende de que creamos en Él, así, venceremos la muerte física para vivir eternamente al lado del Padre. “¿Crees esto?”
Es muy importante entender lo que nos espera después de la muerte, tener la certeza de la Salvación de nuestra alma. Si usted quiere saber más sobre este tema, participe de la Noche de la Salvación en una Universal. La reunión, preparada exclusivamente para tratar asuntos que se refieren al destino del alma, ha ayudado a muchas personas.
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