“Entonces el Señor Dios dijo: He aquí, el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal; cuidado ahora no vaya a extender su mano y tomar también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre. Y el Señor Dios lo echó del huerto del Edén, para que labrara la tierra de la cual fue tomado.”(Génesis 3:22-23)
A causa del pecado, Adán y Eva fueron condenados a la exclusión del Jardín el Edén, un paraíso separado por Dios para que el hombre habitara en él. Pues bien, los seres humanos eran conscientes de sus fallas, de sus defectos y de sus errores.
A partir de aquel momento, la humanidad tendría que ofrecer sacrificios a Dios, para que la alianza con Él continuara y para que perdonara el pecado de los hombres.
Fue por eso que Caín y Abel, hijos de Adán y Eva, presentaron cada uno su ofrenda – que fue el primer sacrificio realizado por el hombre registrado en la Biblia.
Sin embargo, la humanidad continuó viviendo en el pecado y, como consecuencia, alejándose del Señor, a tal punto que Dios destruyó al mundo a través del diluvio, resguardando solo a Noé, a su familia y a los animales del Arca.
La alianza de Dios con Su pueblo
Por mucho tiempo, el Señor deseó separar para Sí mismo a un pueblo que Lo adorara y Le fuera fiel, y esa alianza se completó en Abraham, que era un hombre íntegro al Señor.
Sin embargo, Abraham y Sara, su esposa, no podían tener hijos, Entonces, Dios firmó una alianza con Abraham para garantizar Su promesa de que generaría, a través de él, a muchas naciones.
Para eso, le pidió a Abraham que cortara una novilla, una cabra y un carnero y que los partiese al medio. Fue lo que Abraham hizo. Después, Dios pasó entre el sacrificio consumiendo la carne con fuego.
“Y aconteció que cuando el sol ya se había puesto, hubo densas tinieblas, y he aquí, apareció un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre las mitades de los animales. En aquel día el Señor hizo un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates…” (Génesis 15:17-18).
Dios cumplió Su promesa y Abraham generó a Isaac, el cual fue el padre de Jacob y de él surgieron las doce tribus de Israel. Sin embargo, cuando Isaac aún era pequeño, el Señor lo pidió como sacrificio.
“Y Dios dijo: Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que Yo te diré.” (Génesis 22:2)
En realidad, Dios quería saber si Abraham renunciaría a aquello que más amaba – que era su hijo, y Abraham obedeció, poniéndolo a Isaac en el monte como sacrificio.
“Llegaron al lugar que Dios le había dicho y Abraham edificó allí el altar, arregló la leña, ató a su hijo Isaac y lo puso en el altar sobre la leña. Entonces Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo. Mas el ángel del Señor lo llamó desde el cielo y dijo: ¡Abraham, Abraham! Y él respondió: Heme aquí. Y el Ángel dijo: No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada; porque ahora sé que temes a Dios, ya que no Me has rehusado tu hijo, tu único.” (Génesis 22:9-12)
Y así, Abraham firmó una alianza eterna con el Creador, porque la alianza con Dios exige sacrificio.
En los días de hoy, nuestra entrega no puede ser diferente de la que fue la entrega de Abraham. Pues, así como el hizo, debemos ofrecer al Señor el perfecto Sacrificio. De este modo confirmaremos la alianza con Dios para con nuestra vida también.
Si usted desea saber más sobre el sacrificio y la “Hoguera Santa del Monte Carmelo”, participe de un encuentro en la Universal de Avenida Corrientes 4070 Almagro.
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