A nadie le gusta pagar impuestos. Ya su propio nombre lo dice, son obligaciones “impuestas” por el Estado.
Muchos se quejan de una excesiva presión fiscal, al punto de llamarla “ahogo” y otros directamente eligen no pagar, evadiendo impuestos.
En los últimos días salió a la luz una cifra alarmante: 60 000 millones de pesos, que corresponden a los impuestos que evadieron muchos argentinos al no declarar sus cuentas bancarias en Suiza. ¿Hay delito en tener cuentas bancarias en el exterior? No, ninguno. El problema está en no declararlas y mantenerlas ocultas a los ojos del Estado.
De acuerdo con el ministro de Salud, Juan Manzur, con ese dinero se podrían construir 200 hospitales con 140 camas y equipamiento tecnológico de última generación cada uno, o tratar a los 42 000 pacientes con HIV a los que el Estado les brinda medicación gratuita durante 70 años, o comprar las vacunas necesarias para cubrir 20 años del Calendario Nacional de Vacunación de chicos y adultos, entre otros usos. “Son imperdonables la avaricia y el egoísmo de los que clandestinamente ocultan sus jugosas cuentas en el extranjero para no tributar en beneficio de los que aún tienen dificultades”, dijo por su parte el viceministro de Salud Daniel Gollan.
En cierta ocasión, un grupo de espías intentaron engañar a Jesús, con el objetivo de entregarlo a las autoridades políticas de la época:
“Y le preguntaron, diciendo: Maestro, sabemos que dices y enseñas rectamente, y que no haces acepción de persona, sino que enseñas el camino de Dios con verdad. ¿Nos es lícito dar tributo a César, o no?
Mas él, comprendiendo la astucia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Mostradme la moneda. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción? Y respondiendo dijeron: De César. Entonces les dijo: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.”, (Lucas 20:21-25).
Jesús dejó bien claro que debemos cumplir con la ley de los hombres así como con la ley de Dios. ¿De qué sirve entregar una ofrenda o sacrificio en el Altar si está manchada por la evasión? Es comparable al sacrificio que presentaban los sacerdotes en la época del profeta Malaquías: “Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice el Señor de los ejércitos.”, (Malaquías 1:8).
Los que queramos presentar ofrendas y sacrificios en el Altar debemos asegurarnos de que sean puros y perfectos. Si no lo son, no serán aceptados por Dios y la respuesta nunca llegará.
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