“Porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Marcos 8: 36-37)
La primera pregunta hecha por el Señor Jesús podría decirse de la siguiente manera: ¿Qué aprovecha el hombre tener fe para ganar todo el mundo y no tener fe para conquistar la salvación de su alma?
Dios no nos ha dado fe solamente para conquistar, sino que, principalmente, para establecer aquello que conquistamos. Pero parece que muchos tienen manifestado la fe para las conquistas personales y descuidado en mantener lo conquistado.
Obviamente estoy refiriéndome a las conquistas espirituales. Existe, naturalmente, una constante preocupación en mantener las conquistas materiales. Las personas invierten cada vez más en el futuro para no perderlas. En cuanto a esto no hay la mínima duda, pero, con respeto a mantener la conquista del Reino de Dios, el cuidado ha sido insuficiente. Quizás porque los bienes materiales han dado la sensación de bien estar con Dios. Pero el hecho es que, poco a poco, la administración de los bienes materiales va consumiendo a la persona cada vez más, dejándole poco tiempo para el combate de la fe. Y allí está el gran riesgo de la persona perder la salvación de su alma.
Si la fe es la herramienta de conquista, obviamente no se puede jamás permitir que ella venga a disminuir, flaquear o mismo correr cualquier riesgo. Porque su falta resultará en la pérdida de todo lo que se ha conquistado.
La imperiosa necesidad del nuevo nacimiento se hace justamente debido a la sensibilidad que el hijo de Dios tiene de oír la voz del Espíritu Santo. Siendo así, el tendrá siempre la oportunidad de restablecerse. Pero, de igual manera, tendrá que hacer su propia elección, haya visto que el Espíritu de Dios nunca va a imponer Su voluntad.
Cuando la persona no tiene la experiencia del nuevo nacimiento, pero cree en Dios, en la Biblia y en Jesús como Señor y Salvador, se le hace difícil discernir la voz de Dios en medio a tantos compromisos con el mundo de los negocios.
Para ella es casi imposible desenredarse de la administración material para dedicarse más a la administración de la propia fe. El espíritu del mundo siempre va a presentar argumentos bien razonables para que ella cuide más del reino de este mundo que del Reino de Dios.
El sacrificio exigido de la fe conquistadora para los bienes materiales nunca es el mismo del sacrificio de la fe mantenedora. El sacrificio de la conquista de bien material, es material. Es decir, solamente una parte de lo que se tiene. A pesar de la viuda pobre haber dado todo lo que poseía en aquella oportunidad, aún así, ella sabía que estaba libre para conquistar mucho más en el futuro.
El Señor dijo: “…porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá;…” (Mateo 16:25). Ya el sacrificio del bien espiritual, es espiritual, la persona pierde la vida definitivamente por la causa del Señor Jesús. Se trata de la renuncia de toda su vida, de su libertad para hacer su propia voluntad a favor de la voluntad de Dios por todo el periodo de su existencia en la Tierra.
“…y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.”(Mateo 16:25)