Uno de los mantras de las personas que se sienten atacadas es:
“¿Quién es usted para juzgar?”
Adoran usar esta defensa como un comodín, una manera conveniente de cambiar el enfoque de sí mismas hacia la otra persona. Y encima invocan a Jesús para defenderlas: “No juzguéis y no seréis juzgados.” Pero muchas de ellas ni siquiera son conscientes de lo que están haciendo. Son simples víctimas de su propia ignorancia. Vamos entonces a entender la diferencia entre juzgar y juzgar. Sí, existen dos tipos.
– Jesús dijo, de hecho, en Lucas 6:37: “No juzguéis y no seréis juzgados.”
– Y también dijo en Juan 7:24: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio.”
– Y el apóstol Pablo remató en 1 Tesalonicenses 5:21-22: “Juzgad todas las cosas; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal.”
¡Espere! ¿La Biblia está contradiciéndose? En un momento Jesús dice que no debemos juzgar. En otro momento, dice que podemos juzgar con justo juicio, pero no por la apariencia. ¿Y Pablo dice que tenemos que juzgar todas las cosas? Es ahí donde comienza la confusión en la mente de mucha gente.
CUANDO DIJO “NO JUZGUÉIS”, Jesús Se estaba refiriendo básicamente al “espíritu crítico”, una actitud obsesiva que lleva a muchas personas a criticar y a buscar fallas en los demás, siempre con el objetivo de desanimarlas. A veces disfrazada de “crítica constructiva”, la intención nunca es construir, sino derribar. Por consiguiente, ese juzgar es incorrecto pues no le trae ningún beneficio a nadie – ni a la sociedad, ni al juzgado, ni a dicho juez. Es solo un fruto de la maldad que hay dentro del corazón de quien juzga.
La única crítica que siempre es constructiva es aquella que se expresa con amor para “construir”, y no para derrumbar; que es expresada cara a cara, nunca por la espalda.
Jesús además aclaró que, si realmente estamos en posición de juzgar a alguien, sí debemos hacerlo, pero no según la apariencia, sino “con justo juicio”. Seamos honestos:el ser humano es maestro en juzgar por la apariencia. Concluimos el carácter de una persona por el color de su piel, sus intenciones por lo que los demás dicen de ella; y su capacidad por su grado escolar. Es justamente ese tipo de juzgar el que Jesús reprobó. El justo juicio no es su opinión ni la mía, sino la Ley de Dios. Por lo tanto, conozca bien el justo juicio, para estar capacitado para juzgar bien.
Por último, tenemos la afirmación de Pablo de que debemos juzgar “todas las cosas”. Observe que Él habló de “cosas”, mientras que Jesús habló de personas. Por lo tanto, no existe contradicción.
Con respecto a “cosas”, tenemos el deber de juzgar todo. Este juzgar significa pesar, evaluar, examinar, discernir y llegar a una conclusión de lo que aquello realmente es. Y, entonces, decidir qué hacer con eso.
– ¿Esta comida es buena para mí o empeora mi colesterol?
– ¿Esta amistad me hace bien o mal?
– ¿Vale la pena ver esta película o no?
Hablando de películas, aprovechando el controvertido tema del post anterior, entienda una cosa: yo no necesito leer, ver, comer, o pasar por la experiencia de una determinada cosa para poder juzgarla. Observe un ejemplo de un razonamiento erróneo, dejado por una persona en mi Facebook en cuanto a esto, que lo pego por completo:
Me gusta mucho su programa y lo veo siempre que puedo. Solo pienso que fue inadecuado criticar un libro como 50 sombras de Grey que vendió millones de copias en todo el mundo. La película, antes de estrenarse, ya vendió miles de entradas. Como formador de opinión, usted no debería difamar algo que desconoce o que no leyó… Su libro tiene un contenido medio machista… YO PUEDO DECIRLO PORQUE LO LEÍ… Hablo con propiedad. ¡¡¡PIENSE EN ESO!!!
Y mi respuesta a ella:
(Nombre), las drogas también venden mucho en todo el mundo — el cigarrillo, la pornografía, etc. No por eso son cosas buenas. Y yo no necesito fumar, aspirar, o ver pornografía para saber que no sirven… Piense en eso.
Está claro que si ella me hubiera juzgado con el “justo juicio”, se habría tomado el trabajo de oír los podcasts referidos en el texto donde declaro que no leí el libro, que resolví no leerlo, y que este era exactamente mi argumento: la elección de no ingerir tal contenido. Entonces algunos dirán: “Ah, ¿cómo puede juzgar si el libro es bueno o no, sin haberlo leído?” Déjeme darle un ejemplo.
Yo le afirmo que el cáncer pancreático es una enfermedad que mata al 99% de sus pacientes dentro de los cinco años. Nunca tuve cáncer pancreático, espero que usted tampoco. Yo le pregunto: ¿a usted le gustaría tenerlo para saber cómo es? ¿O me va a acusar de no saber nada sobre el cáncer pancreático porque nunca lo tuve? ¿O me condenará por querer alertar a las personas sobre esta terrible enfermedad, porque ellas tienen el “libre albedrío” y el derecho de tener tal cáncer, si quisieran?
Yo no necesito experimentar algo o conocerlo en persona para formar una opinión inteligente al respecto. Nadie lo necesita. Para eso Dios nos dio la inteligencia. Y también Su justo juicio para ayudarnos a juzgar todas las cosas.
Sí, tenemos la obligación de juzgar todo y de decidir qué es bueno para nosotros y qué no lo es. Claro, nadie está obligado a juzgar justamente. Realmente somos libres. Cada uno en la suya. Pero no se olvide de algo:
Somos libres para elegir, pero seremos esclavos de nuestras elecciones.
Usted puede juzgar sus elecciones, no sus consecuencias. Por lo tanto, sea un buen juez.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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