Terminada la oración, Jesús va con los discípulos hacia el otro lado del jardín, pasando el río de Cedrón, donde solía reunirse con ellos. Sabía que allí era el lugar más probable donde Judas Lo buscaría y llevaría a los soldados para agarrarlo. Quería enfrentar enseguida la situación, no huir de ella. Y fue lo que sucedió.
Notando que se acercaban los soldados, Jesús, con la intrepidez de un león en la noche, Se adelantó para encontrarlos, con el único objetivo de proteger a los discípulos: “Si es a Mí que ustedes buscan, ¡entonces dejen que estos otros se vayan!” (v.8) ¡Oh mi Dios! ¡Hasta en aquel momento nuestro Señor Se preocupó por los discípulos, y no por Él mismo! ¡Vea qué cuidado, qué protección, qué liderazgo!
Conociendo a Jesús así, ¿usted aún piensa que Él lo abandonará en el momento del peligro?
Otra cosa: ¿notó la reacción de los soldados cuando Él dijo: “Soy Yo”? Ellos se cayeron para atrás. ¿Por qué? Lo que muchos no saben es que este “Soy Yo” es la misma expresión usada por el Dios-Padre al responder la pregunta de Moisés allá en el Sinaí, más de mil años antes, sobre cuál era Su nombre: “Yo soy el que Soy.” (Éxodo 3:14)
En ese momento, Dios no reveló Su nombre, solo les dio esa expresión. Pero ahora, sabemos que el nombre de Dios es Jesús, pues Él mismo confirmó eso en el capítulo anterior cuando oraba al Padre: “Cuando estaba con ellos en el mundo, Yo los guardaba por el poder de Tu nombre, el mismo nombre que Me diste.” (Juan 17:12) No quedan dudas sobre la divinidad de Jesús.
Y porque ese nombre tiene tanto poder, cuando el Señor dijo “Soy Yo”, todo el grupo de soldados romanos y de la guardia judía, quizás más de cien, armados, cayó para atrás con miedo.
El Gran “Yo soy” está con usted ahí ahora. Sus enemigos y problemas tienen que temer, no usted.
Y delante de tamaño nombre, que comanda tanto poder, seamos más reverentes en el uso del mismo. Muchos usan el nombre de Jesús para todo y para nada. Un arma poderosa solo debe ser usada cuando realmente es necesaria.
Habiéndose entregado a los guardias, aun pudiendo en cualquier momento llamar a mil legiones de ángeles en Su auxilio, Jesús fue llevado al Sumo Sacerdote, que cobardemente orquestó Su prisión. Solamente Pedro y Juan Lo acompañaron, a la distancia.
Pedro, siempre impetuoso como un trueno, ahora se encontraba tomado por el miedo. Negó tres veces que conocía a Jesús. Realmente es fácil confesar la fe cuando todo va bien. La prueba del verdadero cristiano, sin embargo, es cuando su fe le cuesta un alto precio. Jesús estaba allá adentro, en el medio del fuego de los enemigos, y Pedro acá afuera, intentando olvidarse del frío cerca de la hoguera, junto a los guardias que agarraron a Jesús. Una escena difícil de concebir.
Finalmente, Jesús da una lección de independencia de pensamiento al responderle a Pilato: “¿Viene de ti mismo esta pregunta o te lo han dicho otros de Mí?” (v.34) En otras palabras, deje de ser una marioneta en las manos de los otros y piense por usted mismo. Infórmese en vez de creer en todo lo que oye.
Una lección que todos nosotros también necesitamos aprender.
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