La ludopatía consiste en un trastorno en el que la persona se ve obligada, por una urgencia psicológicamente incontrolable, a jugar de forma persistente y progresiva. La adrenalina que siente el apostador hace que el juego se convierta en una adicción, un vicio que lo destruye poco a poco.
Argentina Romero tenía problemas económicos y creyó que a través del juego podría superarlos. “Empecé a jugar porque tenía la esperanza de ganar. Cada vez que tenía algo de plata en el bolsillo iba a jugarla, creyendo que si iba con 10 pesos volvería con más, pero en realidad terminaba debiendo”, recuerda.
El hecho de no jugar hace que el ludópata se ponga ansioso y nervioso, cosa que también le sucedía a Argentina: “Cuando no iba me sentía mal, estaba ansiosa por jugar, lo veía como una obligación”, cuenta esta mujer que se endeudaba para satisfacer su necesidad de jugar, comprometiendo el sueldo de su marido: “Él cobraba y con ese dinero yo devolvía lo que debía. Recuerdo que un día nos quedaba plata apenas para viajar y comprar algo de comida al día siguiente. Se la pedí, él no me lo negó porque no quería discutir. Le dije que iba a volver con el doble, pero lo perdí”, confiesa.
“Pasaba unas cinco o seis horas tres veces por semana jugando, desde las 15 hasta la una de la mañana. Jugué en una tarde el equivalente a unos 500 pesos, después me quería morir, me preguntaba cómo había hecho eso. Volvía a casa sin un peso, con bronca y decía ‘mañana vuelvo y voy a ganar’, pero ese es el engaño del jugador, decir hoy pierdo 10 pero mañana gano 20”, afirma Argentina.
La solución llegó a través de su marido, que empezó a ir a la Universal a pesar de que ella lo retaba, “‘ahí no voy ni loca’, le decía. “Un día lo acompañé, fui por un problema de nerviosismo que tenía, estaba histérica todo el tiempo. Gracias a Dios empecé a ir a la iglesia y el deseo de jugar desapareció. No compro ni una rifa. A los que están atrapados en el vicio les puedo decir que se puede dejar de jugar, hay una salida, en la Iglesia nadie les va a prohibir nada, nadie los va a juzgar, el deseo de jugar se va a ir solo. Hoy, gracias a Dios trabajo, como y compro lo que quiero, a mis hijos les doy lo que quieren y vivimos felices”, finaliza Argentina, demostrando una vez más que los vicios tienen cura.
“Por culpa de mis adicciones perdí la dignidad”
Gustavo estuvo involucrado en los vicios durante siete años, tomaba alcohol, consumía marihuana y también llegó a drogarse con pastillas, pero encontró la salida cuando empezó a hacer el tratamiento de la Cura de los vicios en la Universal.
“Por mis adicciones perdí a mi familia, a mis amigos y hasta la dignidad. Pensé en suicidarme”, recuerda. “Empecé el tratamiento hace un mes, hoy tengo paz y estoy tranquilo, no tengo más vicios, no los necesito más. Ahora tengo ganas de vivir y seguir luchando”, cuenta Gustavo feliz.
Si usted sufre por un vicio o tiene un familiar que no logra salir de una adicción, participe este domingo a las 15h en Av. Corrientes 4070, Almagro, y descubra que los vicios tienen cura.
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