En teoría, las redes sociales se crearon con el objetivo de acercarnos, de hacer desaparecer las distancias que nos mantenían alejados de los seres queridos. También buscaban que los demás pudieran saber, al instante, lo bueno que nos sucedía y queríamos compartir con todos. En otros casos, también perseguían un fin solidario, porque era una forma efectiva de hacer llegar un pedido de ayuda a una gran cantidad de gente. Sin embargo, algo se quebró. En gran medida, esa alegría de compartir lo bueno se convirtió en una rivalidad, en un deseo permanente de mostrarle al otro que estábamos mejor que él. “Ah, si él muestra sus vacaciones en el Sur, yo subo mis fotos en Miami”, “Mirá, cambiaron el auto, vamos a sacarnos una foto para mostrar nuestro modelo importado”, “Fulana le compró un perro al hijo, ¿qué esperamos para hacer lo mismo?”, son algunos ejemplos de la competición que empezó a darse en las redes. Parecía necesario mostrar que nuestra felicidad es mayor, que tenemos más, en fin, que somos mejores que el otro.
Muchos, con tal de lograr ese objetivo, empezaron a armar su vida en torno a la aceptación de los demás. Cuánto más “Me gusta” obtenían, mejor, la vida se había convertido en una búsqueda incesante de la aprobación de terceros. Pero no se daban cuenta de que en realidad estaban caminando hacia un abismo. Sus vidas dejaron de ser suyas, ahora le pertenecían a la audiencia, a esos “amigos” virtuales que con un pulgar hacia arriba eran capaces de dirigir sus destinos. Cuánto más “Me gusta”, mejor, estaban yendo por el camino correcto.
En una entrevista realizada por La Nación, el especialista en neurociencias Federico Fros Campleo afirma que “está demostrado que cuanto más usás las redes sociales más infeliz sos porque compararte es fuente de felicidad o de infelicidad. Las redes sociales toquetean directamente ciertas funciones y sistemas que quedan encantados por el estímulo y nos prometen dos cosas mágicas: que siempre te van a escuchar y que nunca vas a estar solo. Tal vez eso sobreestimule cada vez más el creciente temor a la soledad”. Queda más que claro, ¿no es cierto?
Algunos se dieron cuenta que la vida es eso que sucede por detrás de la pantalla, otros todavía siguen enredados, sometidos a la aprobación de los demás.
Debemos usar las redes sociales con responsabilidad, darle en nuestras vidas el lugar que les corresponde y no basar nuestras decisiones en lo que los demás digan. Al fin y al cabo, cuando se apaga la pantalla, lo que nos queda es la vida real, eso por lo que debemos luchar todos los días sin que nadie nos diga si le gusta o no.
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