Cuando éramos pequeños aprendimos que decir “gracias” era importante para que expresemos nuestra educación delante de las personas. Nuestros padres siempre decían que tal palabrita mágica debería ser dicha todas las veces que alguien nos daba algo o no hacía un favor.
Con el pasar del tiempo, el aumento de las responsabilidades y la rutina diaria, lamentablemente nos olvidamos de ese hábito y dejamos de darle valor a la gratitud, sean por las actitudes de otras personas, o por motivos simples de nuestra vida cotidiana.
Pero es posible rescatar esa práctica y cambiar las murmuraciones por agradecimientos. Ya que, quejarse trae tristeza, mientras que el acto de agradecer nos alivia, nos satisface y nos alegra.
Una investigación realizada por el equipo del canal SoulPancake, de YouTube, reveló que el acto de demostrar gratitud hace a las personas más felices. En el experimento, los voluntarios escribieron una carta de agradecimiento para otras personas y, después de escribirlas, llamaron a los destinarios y las leyeron, para demostrarles lo cuán agradecidas estaban por algún motivo. Luego, hicieron la prueba nuevamente – esta vez sin leer el agradecimiento – y el resultado fue inesperado: cuando llamaron para agradecerles, las personas tuvieron un aumento significativo en el nivel de felicidad.
La terapeuta Margareth Signorelli explica que eso sucede porque recibimos de vuelta todo lo que expresamos. Cuando demostramos gratitud seguramente recibimos más motivos para agradecer y, por eso, nos sentimos felices. “Si transmitimos una emoción negativa, seremos rodeados por ella y, consecuentemente, recibiremos motivos para continuar con esa energía. Pero, cuando agradecemos, estamos más felices por la demostración de la otra persona”, comenta.
Al demostrar gratitud las personas son estimuladas a ser más cooperativas y menos egoístas, dejando de murmurar por las situaciones indeseables en la vida para sustituirlas por momentos de agradecimiento. Para la coach en relaciones Miria Kutcher, eso es posible cuando identificamos nuestras acciones diarias y dejamos de actuar automáticamente. “Primeramente, es necesario prestar atención con quién estamos y buscar personas positivas y gratas. A continuación, siempre que encontremos nuestra mente, boca o corazón quejándose debemos parar todo, respirar profundo y sonreir”, sugiere.
Para que motivemos ese comportamiento, los pequeños pasos repetitivos son más importantes que los grandes cambios que no duran. “El cerebro funciona por repetición. Si lo practicamos diariamente, cambiaremos el hábito de quejarnos y, con el tiempo, la práctica de agradecer será natural”, afirma Margareth.
Cuestión de hábito
Es en los detalles donde tenemos motivos para agradecer, como el simple hecho de levantarnos de la cama para enfrentar un día de trabajo, una llamada a una persona de la familia u observar un niño en la calle.
Una manera creativa para comenzar a practicar el hábito es relatar pequeñas cosas del día a día, de las más insignificantes hasta las más importantes. “Aprenda a agradecer por el aire que respira, por las personas que están a su alrededor, por el sol, por la ropa que viste, por el agua que toma y también por la oportunidad que tuvo de aprender lecciones en las situaciones difíciles. Eso es agradecer”, apunta Margareth.
Otro ejercicio que puede traerle resultados para incorporar el agradecimiento es escribir innumerables ítems, pues nuestra mente lidia muy bien con las listas, ya que ellas organizan las ideas de forma racional. Miria sugiere escribir tres razones para agradecer desde temprano en la mañana. “Vamos cultivando ese hábito de a poco y después de algunas semanas nuestro cerebro estará buscando motivos para agradecer.”
Es importante entender que demostramos gratitud cuando le damos importancia a todo lo que vivimos en nuestra vida. Usted puede elegir un momento tranquilo y hacer de eso una actitud diaria, agradeciendo en el ómnibus, en el tránsito, al bañarse, en cualquier lugar. “Cambie sus hábitos de a poco y verá la diferencia en su vida. Un corazón grato no está descontento ni se queja. Después de un tiempo usted agradece sin notarlo, porque ya se acostumbró”, dice Miria. Pero recuerde que el acto de agradecer no debe estar acompañado de un sentimiento de obligación. “Agradecer es un acto que nos alivia, mientras la obligación es pesada y va en contra de nuestra voluntad”, aclara Margareth.
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