Imagínese la reacción de un padre que quiere lo mejor para su hijo y, por eso, se esmera en educarlo y en orientarlo, pero ese hijo no le hace caso. Soberbiamente, piensa incluso que sabe más que el padre.
El padre, apoyado en una experiencia de vida, no quiere que su hijo pase por momentos difíciles que un día él pasó y tuvo que enfrentar. Por eso, no mide esfuerzos para enseñarle el camino a seguir y el camino que no debe seguir.
Con Dios no es diferente. Él enseña, orienta, da la dirección y muestra lo que debemos y lo que no debemos hacer.
Todo eso con una sola intención: la de llevarnos a la plenitud de vida.
Pero, ¿cuántos acaban rechazando la única Palabra capaz de traer esa plenitud de vida?
La rechazan porque no la oyen, no la practican, NO LA OBEDECEN.
No quieren entender que es por el cumplimiento de la Palabra que el hombre vivirá.
“Les amonestaste a que se volviesen a Tu ley; mas ellos se llenaron de soberbia, y no oyeron Tus mandamientos, sino que pecaron contra Tus juicios, LOS CUALES SI EL HOMBRE HICIERE, EN ELLOS VIVIRÁ; se rebelaron, endurecieron su cerviz, y no escucharon. Les soportaste por muchos años, y les testificaste con Tu Espíritu por medio de Tus profetas, pero no escucharon; por lo cual los entregaste en mano de los pueblos de la tierra.” Nehemías 9:29-30
El tiempo ha pasado.
Pero, lamentablemente, este todavía es el mayor de todos los problemas de muchas personas: ¡no obedecer a la única Palabra que puede darles vida!
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