Al oír estas palabras, casi lloré. ¿Cómo no?
La verdad es que yo no sabía ni me imaginaba, pero en aquel momento me sentí tan egoísta. Solo de pensar en mis padres llorando por mi causa, me pongo triste. Ahora, imagínese a Dios, nuestro Padre.
Imagínese a Dios gimiendo por aquel que oye la Palabra, sabe la Verdad, pero que aún no es Su hijo. Hay personas que están en la iglesia durante años y años, pero que aún no son bautizadas con el Espíritu Santo. ¿Qué más necesitan para entregar todo? ¿Acaso las bendiciones imposibles no fueron suficientes para entregarse por completo?
Esto también me hace pensar en las almas que no están en la Iglesia. Dios también sufre por ellas. ¿La prueba de que Dios sufre?
Sé sabio, hijo Mío, y alegra Mi corazón, y tendré qué responder al que Me agravie. Proverbios 27:11
Nosotros tenemos que alegrar el corazón de Dios, pues, como cualquier padre, Él está sufriendo por aquellos hijos que no están con Él. ¡Dios está consciente de TODO! Él oye los gritos de las almas que están en el infierno. No me puedo ni siquiera imaginar el sufrimiento que Dios ve.
La verdad es que, si pensamos en términos de números, el diablo está ganando la batalla. ¡Y eso es muy triste!
Está escrito que muchos son llamados, y pocos escogidos. Mateo 22:14. ¡Y los que no son llamados son la mayoría! Ahora, piense en las almas que ni saben de Jesús. Hay personas que están en el infierno ahora porque ni siquiera sabían de Jesús.
Nuestro deber, como hijos de Dios, no es solo ir a la iglesia y dar ofrendas. Claro que esto forma parte, pero no es lo más importante para Dios. Lo más importante es predicar las buenas nuevas a todos. ¡Es eso lo que alegra el corazón de Dios!
No importa si ellos no quieren oír, pero debemos darles una chance a todos. Nosotros no sabemos quiénes son los escogidos, solo Dios. Pero nosotros sabemos lo que sucede cuando alguien no acepta a Jesús, entonces, ¿cómo podríamos desearle esto a alguien? Pero es eso lo que sucede cuando no hacemos nuestra parte.
El Espíritu Santo está dentro de nosotros para que tengamos alegría, paz y amor por las almas. Además, tenemos la Palabra de Dios como arma contra las obras del mal.
Por eso, ¡tenemos que honrar el Espíritu que habita en nosotros!
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