Tiene 62 años y varios hijos, pero no es un padre más. Durante más de una década violó a sus dos hijas mujeres, las dejó embarazadas y las obligó a practicarse por lo menos 13 abortos, algunos de una crueldad indescriptible. Las amenazaba, las golpeaba y las humillaba de todas las formas posibles, al punto que les decía que prefería a sus animales antes que a ellas. También se las ofrecía a desconocidos para que tuvieran sexo, y así disimular el resultado de sus propios abusos, y las mantenía aterrorizadas.
La trágica historia del “Monstruo de Santa María”, como se hizo conocido este catamarqueño, tuvo un primer final ahora, cuando fue condenado a 24 años de prisión por la Cámara en lo Criminal de Tercera Nominación de Catamarca. Pero el drama de sus hijas, que tardaron más de 15 años en atreverse a denunciarlo, continúa. “No hay una pena adecuada para este tipo de cosas”, se lamentó el fiscal del juicio, Rubén Carrizo, horrorizado.
La trama se desarrolló en el departamento Santa María, donde la familia del condenado vivía de la cría de llamas, animales que tenían en un paraje al que las jóvenes solían ir cuando eran chicas para pasar algunos días de vacaciones. Esos momentos, en los que la madre se quedaba en la casa, eran aprovechados por el padre para violarlas.
Fue un tiempo de oscuridad y de tortura para las chicas, que empezó cuando tenían 7 y 10 años respectivamente. Hoy tienen 21 y 24. Cuando la menor cumplió 12, quedó embarazada por primera vez. Bajo amenaza de matarlas a ella, a su hermana y a su madre, era obligada a quedarse más tiempo del habitual en el campo y ni siquiera recibía comida. Los investigadores creen que la intención del padre era que tuviera un aborto espontáneo.
Las golpizas que le daba eran mucho más frecuentes y salvajes que antes, pero aún así ella logró llevar el embarazo hasta el octavo mes. Según relató a la Justicia, cuando inició el trabajo de parto el hombre la colgó de las piernas, la tiró en la cama y le pegó. El bebé solo alcanzó a vivir unos pocos días.
Tiempo después el acusado, que durante el juicio confesó ser responsable de los abusos, se ganó la confianza de un agente sanitario que visitaba el paraje. Y así consiguió que le proveyera de medicamentos con los cuales provocar los siguientes abortos a las adolescentes y los antibióticos para tratarlas. A cambio le ofrecía al trabajador tener sexo con las chicas.
Según la acusación original, la menor de las víctimas contó que tuvo seis embarazos más, seguidos por otros seis abortos. La séptima vez fue la más aberrante: en su denuncia, la víctima dijo que cuando cursaba el 5° mes le provocaron el aborto y el feto salió “de a pedazos” de su interior. El padre arrojó todo a una jauría de perros para hacer desaparecer cualquier indicio.
La otra víctima aseguró que comenzó a ser violada por su padre cuando tenía 11 años, en 2004, en un período en el que su hermana tuvo que permanecer internada como consecuencia de los constantes abortos. El hombre la presionó diciéndole que ella era cómplice de lo que le ocurría a la otra y que, si hablaba, también terminaría en el hospital. La joven quedó embarazada en varias oportunidades y tuvo dos hijos, uno de los cuales aún vive.
Para 2009 la situación era insostenible y las chicas le contaron todo a la madre, también víctima de constantes golpes y maltratos de parte del condenado. Al tiempo, la mujer hizo un escándalo, tomó lo poco que tenían y huyó lo más lejos que pudo con las adolescentes y sus bebés. Recién el año pasado hicieron la denuncia en la Fiscalía de Instrucción en lo Penal de Santa María.
La pesquisa se hizo muy rápido. Se tomaron muestras de ADN de los chicos vivos –no trascendió cuántos son–, de los que murieron y de los fetos, ya que las víctimas señalaron dónde habían enterrado a algunos. Así se dieron por probados al menos 13 abortos.
En el juicio, el acusado, cuya identidad no se difundió para proteger a las víctimas, ni siquiera levantó la vista para mirar a los jueces Marcelo Soria, Jorge Palacios y Rodrigo Morabito. Confesó todo, admitió cada situación relatada por sus hijas y pidió perdón, aunque no respondió ni una sola pregunta.
“Una de ellas llegó a relatar que a su padre le importaban más los animales que sus hijas. Por ejemplo, si una llama se moría él las golpeaba más”, sostuvo el fiscal Carrizo, quien subrayó que no hubo atenuantes para su conducta.
Fuente: Clarín
“Sentía mucha bronca cada vez que veía a esa persona”
A Débora Solis un hecho traumático la marcó para el resto de su vida. “Yo veía como mi papá golpeaba a mí mamá él era celoso y le era infiel, después se separaron. Mi mamá se desquitaba con nosotros y al tiempo rehízo su vida, solo que cuando yo tuve 10 años mi padrastro abusó de mí. Ese calvario lo viví durante cuatro años todas las noches”, relata.
Ella pensaba que era algo normal porque él se acercaba amigablemente y le decía que si ella no decía nada, le iba a comprar zapatillas, le decía que esa es la forma en que un padre quiere a una hija y ella le creía.
“Me volví agresiva, me daba asco ese hombre, no le encontraba sentido a mi vida, lloraba y quería morir. Le había contado a mi mamá pero ella no me creyó, estaba enceguecida. En la escuela no prestaba atención, me hacía pis encima, eran claros síntomas de lo que me estaba sucediendo”, cuenta.
Con 13 años Débora comenzó a fumar, a tomar, salía de noche, se escapaba porque no quería estar en su casa. A los 15 se enamora, él era adicto y fue preso por robo, a los 18 se va a vivir con él porque justo sale de la cárcel. Al tiempo queda embarazada pero no puede dejar de fumar y se alimenta muy poco por lo que su niña nace anémica y desnutrida. A todo esto su pareja desaparecía por días y no le preocupaba si ella comía o tenía dinero, es más la golpeaba aun estando embarazada.
“Llegué a la Universal buscando ayuda para mi hija mayor, perseveré en las reuniones, busqué la ayuda de Dios pero usaba los sentimientos antes que la fe, por eso no salía adelante. Me aparte cinco años de la iglesia y seguí con esa pareja a pesar de los golpes constantes. Finalmente me separé y conocí a otra persona, con quien tuve mellizas, ya con 4 hijas fui a vivir a la casa de mi mamá. Era una mujer despreciada, humillada. Sufría para poder darle de comer a mis hijas, comencé a tomar alcohol y ya no me importaban las nenas. Toqué fondo cuando mi expareja me encuentra y me amenaza con un arma durante una hora, ahí decidí volver a la casa de Dios. Cuando me entregué a Él, las cosas cambiaron. Aprendí a usar la fe, me liberé de todo lo que me había lastimado, Dios sanó las heridas de mi interior cuando entregué todos mis sentimientos en el Altar. Sacrifiqué en la Hoguera Santa y mi vida fue transformada, logré salir de la casa de mi mamá y vivir por mis propios medios, hoy vivo bien con mis cuatro hijas, me pude formar como profesional, trabajo como peluquera de manera independiente. La fe me ayudó a superar todo”, finaliza sonriendo.
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