En todo el país, desde la sanción de la ley 26.364, de prevención y sanción de la trata de personas y asistencia a sus víctimas, en abril de 2008, fueron rescatadas 9355 víctimas de trata; el 52%, por explotación sexual. Sólo en septiembre pasado fueron 330, según consta en los registros del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las personas damnificadas por el delito de trata, del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.
Por su posición geográfica, Córdoba es zona de paso y explotación de víctimas de trata sexual y laboral. Desde 2012, la Secretaría de Asistencia y Prevención de la Trata de Personas asistió a 1280 víctimas; el 68% de ellas, explotadas sexualmente. Ocho de cada diez tienen entre 18 y 60 años y, en promedio, pasaron un año privadas de su libertad.
La ley de lucha contra la trata rige en esta provincia desde 2012. Entre otros aspectos, incluye el cierre de whiskerías, prostíbulos y toda clase de locales nocturnos públicos donde se ejerza la prostitución. En ese lapso se clausuraron unos 150. La norma aún genera polémica. Hace diez días el Concejo Deliberante de Esquel, en Chubut, aprobó una ordenanza similar; en esa ocasión, se recordó que la trata de personas es el tercer delito a nivel transnacional, detrás del tráfico de armas y del de drogas.
Eugenia Aravena, titular de la Asociación de Mujeres Meretrices (Ammar), señaló a La Nación que ya existían los instrumentos necesarios para combatir el proxenetismo: “Por detrás hay un concepto ideológico contra el ejercicio de la prostitución, que en el país es una actividad lícita. Las redes de trata existen por connivencia con la policía”.
Susana Trimarco, madre de Marita Verón (capturada por una red de trata en Tucumán), trabaja aquí con su fundación, María de los Ángeles. Cree que el cierre de los prostíbulos “pone un freno, pero las redes se las ingenian y buscan alternativas”. En las ciudades grandes son departamentos y en el interior, casas donde las mujeres son obligadas a trabajar.
La secretaria de Asistencia y Prevención de la Trata, Patricia Messio, coincidió en que la modalidad va cambiando, pero insiste en que el cierre de los locales apunta a terminar con lugares que “eventualmente pueden albergar a explotadores”. Agregó: “No ataca la libertad sexual. Es un atenuante para un delito que debe ser perseguido por leyes nacionales”.
Nueve de cada diez víctimas de trata sexual en esta provincia son argentinas (72%, cordobeses; 8%, de Santa Fe; 6%, de Buenos Aires, y2%, de Santiago del Estero, Chaco, Tucumán, Corrientes, Salta y Misiones). En cambio, en cuanto a la explotación laboral, los extranjeros representan el 69% del total.
Falta de contención, una de las claves
Denise Paz, trabajadora social de la Fundación María de los Ángeles, señala que si bien la vulnerabilidad económica empuja a creer en promesas de mejores oportunidades, la carencia afectiva es otro ingrediente crucial. “Suelen provenir de familias entregadoras y no contenedoras”, resumió. Messio opinó que el fenómeno delictivo involucra diversos factores, aunque entiende que el económico no es el preponderante: “Hay un menoscabo de la personalidad que tiene su origen en la falta de contención afectiva, cultural, o en discriminación racial o religiosa, que tornan a la persona permeable a caer en redes”.
“Mi madre me vendió dos veces”
Elena Rojas sabe muy bien lo que es sufrir por la falta de afecto, porque con solo 13 años de edad fue su propia madre quien la vendió a una red de prostitución. “Fui golpeada, abusada, pasé muchas humillaciones”, recuerda esta mujer que logró escaparse saltando hacia una casa contigua al lugar en el que la explotaban sexualmente. “Los dueños de esa casa creyeron que yo era una ladrona y llamaron a la Policía. Terminé detenida en un instituto de menores durante dos años”, cuenta.
Al salir del instituto, la esperaba su mamá, que volvió a venderla a una red de prostitución. “Fue mucho peor, mi vida había perdido sentido, empecé a drogarme y a tomar alcohol; vivía drogada y alcoholizada, no sentía nada ni era consciente de lo que hacía o me hacían. En cierta ocasión, mientras estaba sobria, logré escapar nuevamente. Salté un muro y me fui. Empecé a buscar trabajo, pero nadie me tomaba por la reputación que yo tenía. Conocí a un joven que me ayudó, al tiempo nos pusimos de novios y al año nos casamos. Durante tres meses fuimos felices, pero después él comenzó a pegarme, a maltratarme. Me desfiguraba el rostro, me pateaba, me tiraba con lo primero que encontraba”, revela Elena, quien pensaba que su sufrimiento no tenía fin y por eso intentó suicidarse en dos oportunidades, tirándose debajo de un auto.
“La primera vez el conductor llegó a frenar, se bajó y me dijo que le fuera a arruinar la vida a otro, porque él tenía una familia, pero en la segunda, me atropellaron y terminé en el hospital con las piernas rotas. Me tuvieron que poner clavos en las piernas porque sino no iba a poder volver a caminar. Para colmo, el médico me dijo que habían descubierto que tenía Mal de Chagas”, afirma.
Ya en su casa, pensó en suicidarse una vez más por los tormentos espirituales que comenzó a padecer: “De día escuchaba gritos y llantos; de noche veía sombras que me llamaban, creí que estaba volviéndome loca”.
A todo esto se le sumaron las dificultades económicas que surgieron después de que fracasara el emprendimiento que tenía su marido. “Dormíamos en un colchón podrido, maloliente, no teníamos qué comer. Salí a vender a la calle, pero no resultaba”, cuenta Elena, que todavía no había experimentado el peor dolor para una mujer: “Perdí dos hijas en un accidente. Se produjo un cortocircuito en mi casa que provocó un incendio. Las nenas murieron quemadas delante de mí, tuve que levantar sus cuerpos del piso una hora después del incendio, cuando los bomberos me autorizaron a pasar a lo que quedaba de mi casa. Ese fue el punto límite, ya no quería vivir más”.
Todo ese dolor empezó a sanar cuando conoció la Universal. “Un pastor me entregó un ejemplar de El Universal y yo le dije que no creía en nada, pero pensé que ya no me quedaba nada para perder y empecé a participar de las reuniones. Llegué un viernes, me orientaron y durante dos años y medio estuve luchando por mi liberación. Tardé mucho porque no obedecía lo que me enseñaban. Decidí perdonar y obtuve fuerzas para perseverar. Tiempo después llegó la Hoguera Santa y quise sacrificar, pero no tenía trabajo. Vendí las pocas cosas que tenía en casa y sacrifiqué. A partir de ese momento mi vida empezó a cambiar, ya no tuve más perturbaciones espirituales, me curé del Mal de Chagas y seguí perseverando hasta que comenzó la Hoguera Santa en la fe de Gedeón. Escuchamos lo que el pastor decía sobre la grandeza de Dios y vimos que nada de eso estaba sucediendo en nuestra vida, por eso nos indignamos y sacrificamos lo que Dios nos pidió. Costó, tuve que llenarme de valor y coraje, pero lo hice, sacrificamos dinero que habíamos ahorrado para comprar nuestro primer auto. Gracias a Dios la empresa que estaba quebrada pasó de tener dos invernaderos a tener 14, al mes de haber presentado el sacrificio compramos nuestro auto 0 km, mi matrimonio cambió por completo, estoy sana, libre y feliz, mi vida se transformó por completo en la Hoguera Santa de Gedeón”.
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