Claudia Ercoreca, de 39 años, escuchaba voces que le decían qué hacer. Por eso, abandonó a su madre y huyó con su marido y sus hijos a la localidad balnearia de Santa Teresita, donde la Policía la detuvo el martes 26, después de buscarla durante tres días por el presunto homicidio de su madre, de 76 años.
El pasado 22 de enero, Claudia se presentó en la comisaría de la localidad bonaerense de Ramos Mejía para denunciar la muerte de su madre, Lira Facchin. Pero la historia en realidad era muy diferente de lo que parecía. El 12 de enero, Facchin fue dada de alta tras haber sido internada por una descompensación. Su hija la llevó a su departamento, la dejó acostada en un colchón, la encerró y se fue, desoyendo las recomendaciones médicas que indicaban que la mujer debía estar acompañada y con una dieta estricta. Ocho días después volvió. Deshidratada y desnutrida, Facchin habría muerto pocas horas después de la visita de su hija. Cuando los investigadores encontraron el cuerpo, un día después de haber recibido la denuncia, sospecharon que ya estaba muerta desde hacía varios días, por lo que procedieron a buscar a Ercoreca.
Cuando la encontraron, estaba en Santa Teresita con su familia y pensaba dejar el balneario ese mismo día, tenían pasajes con destino a La Plata.
Ercoreca, esposada, se negó a hablar en la indagatoria ante el fiscal Carlos Arribas. Su madre tenía golpes en la cabeza y el tórax, que coincidían con los que había recibido durante un robo ocurrido en noviembre, que le provocó dos internaciones (primero por los golpes y luego por la descompensación). Pero su pareja, Germán Fitzi, de 30 años, declaró como testigo durante casi cinco horas sobre cómo habían sido los últimos meses de la familia. Según contó al diario Clarín una fuente que estuvo en los Tribunales, dijo que su mujer escuchaba voces que le decían lo que tenía que hacer. “En 2001 ella me contó que se fue a España porque las voces le avisaron que se venía la crisis”, reveló Fitzi.
Al ser consultado sobre el motivo por el cual habían dejado su casa de Isidro Casanova como si estuvieran huyendo, Fitzi respondió: “Las voces le decían que nos fuéramos, que dejáramos todo así o nos íbamos a morir”. En su hogar habían dejado la ropa, comida en la heladera y hasta los DNI de sus hijos.
Cuando la Policía encontró el cadáver de Facchin, en una de las habitaciones había un televisor encendido con dibujos animados. Según Fitzi, “absorbían los malos espíritus y entidades reinantes en la vivienda”.
Síndrome delirante alucinatorio
Ante este cuadro, la Justicia ordenó realizar pericias psiquiátricas a Ercoreca, que determinaron que sufre un “síndrome delirante alucinatorio con una temática mística y mágica” con “interceptaciones y actos de obediencia típicos de la temática delirante” y recomendó que fuera trasladada a un centro especializado ya que es “peligrosa para sí y para terceros”. Por este motivo, el fiscal de la causa dispuso que sea llevada al centro neuropsiquiátrico Melchor Romero, en La Plata.
Otro caso en Villa Lugano
El pasado lunes 1 de febrero, personal de la Comisaría N°48 se desplazó hacia los edificios del Barrio Piedrabuena en Villa Lugano por un llamado al 911. Un joven de 25 años, había denunciado que dos hombres, uno de ellos armado con un cuchillo, habían atacado a su abuela, Dora Fiasche, de 80 años, para luego huir.
Lo que los oficiales de la PFA hallaron, según información de la causa a la que accedió Infobae, fue algo grotesco: la mujer estaba en la cama, en posición semisentada. Tenía una gran puñalada en el lado izquierdo del cuello.
El joven comenzó a ponerse nervioso en pleno procedimiento en su departamento de la escalera n°43. Fue entonces que confesó. Reconoció que mató de una puñalada a su propia abuela porque había “escuchado voces” y hasta entregó la presunta arma con que lo habría hecho, un cuchillo serrucho.
¿Locura o posesión maligna?
En uno de sus libros, el obispo Macedo afirma que todas las personas poseídas tienen algún tipo de enfermedad, dolencia o dolor. “Al ‘descansar’ en los cuerpos de las personas, los espíritus demoníacos los contaminan, haciendo que el sufrimiento físico se apodere de ellas. Existen algunas dolencias que caracterizan una posesión. Durante los años de mi ministerio, he notado que los síntomas son siempre los mismos. He aquí una lista de diez señales de una posesión maligna:
1.- Nerviosismo
2.- Dolores de cabeza constantes
3.- Insomnio
4.- Miedo
5.- Desmayos o ataques
6.- Deseos de suicidio
7.- Enfermedades a las que los médicos no logran descubrirle las causas
8.- Visión de sombras o audición de voces extrañas.
9.- Vicios
10.- Depresión
Casi todas las personas que nos piden oración y sufren uno o más de estos males están poseídas. Claro, no estamos afirmando que todas las personas están endemoniadas, pero la gran mayoría que presenta las señales mencionadas manifiesta un espíritu demoníaco después de la oración de fe”.
Si usted escucha voces extrañas o siente alguno de los síntomas mencionados por el obispo Macedo, acérquese este viernes a las 20 h a la Universal más próxima a su domicilio, donde recibirá la ayuda que necesita para ser libre del mal. En Almagro, lo esperamos en Av. Corrientes 4070.
“Una voz me decía que mate a mi hija”
Ana María Kondratiuk conoció el trabajo de la Universal hace quince años al ver el programa de televisión de la iglesia. Después de ver un testimonio se dio cuenta de que necesitaba buscar una salida para su vida y ese era el lugar indicado.
Toda su vida había sufrido debido a una infancia complicada, su madre se fue de su casa, pasaban por momentos muy difíciles económicamente, cuando tenía 15 años de edad asesinaron a su padre y tuvo que hacerse cargo de sus hermanos. Una tía se los llevó a vivir con ella pero los hacía trabajar duramente.
“Me vine a Buenos Aires para trabajar y fui trayendo a mis hermanos conmigo. Me había convertido en la madre y el padre de mis hermanos dejando de lado mis sentimientos. Me casé, pero como mi esposo trabajaba en la Antártida, estaba la mayor parte del tiempo sola, por eso me deprimía. Tuve a mi hija, pero no soportaba seguir viviendo así y al tiempo nos separamos. Estaba tan deprimida que quería matar a mi hija, escuchaba una voz que me decía cómo hacerlo. Ella era muy chiquita y yo la odiaba porque me recordaba mi fracaso”, cuenta.
Cuando ella se acercó a la iglesia, la orientaron y la ayudaron a superar la situación que estaba viviendo. “Me sentí más liviana la primera vez que participé de una reunión, entonces dije basta, quería ser libre de todo lo que me afectaba. Ahí me entregué a Dios y comencé a cambiar. Al tiempo el médico me detectó cáncer de útero, pero yo sabía que contaba con la fe para vencerlo, me indigné, hablé con Dios y determiné mi sanidad, Dios me sanó porque confié en Él. Hoy tengo ganas de vivir, estoy bien económicamente, tengo nuevos proyectos y estoy comprometida. El secreto de una nueva vida está en el sacrificio y la perseverancia”, afirma sonriendo.
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