Desacuerdos sobre asuntos, personalidades, prioridades y disposiciones diferentes generalmente son algunas de las razones que llevan a las personas a discutir, a indisponerse unos con otros y a dar lugar a un clima de discordia. Cada uno dice tener la razón y se cierra para aprender con el otro, para ver sus actitudes y evaluar sus pensamientos.
Claro que admitir que se equivocó no es una tarea fácil, pero es una enseñanza bíblica que se debe colocar en práctica diariamente.
“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.” Santiago 5:16
Pero, ¿qué significa eso?
Admitir sus errores en la práctica, aunque sean “menores” de los cometidos contra usted. Además de eso, no solo reconocer lo que se hizo equivocadamente, sino hablar sobre el asunto con la persona que fue directamente afectada por su actitud, o la falta de ella.
¿Es fácil? No, definitivamente no, pero es necesario para vivir la cura.
Quien ya vivió situaciones como esa puede decir que, generalmente, cuando hablamos sobre lo que hicimos o pensamos con la persona envuelta en la situación, ella se sorprende por no haber imaginado que sentía o pensaba de esa manera.
Es así que comienza la cura, porque comienza una nueva forma de mirar sus propias actitudes, las palabras que salen de su boca, sus pensamientos. En fin, solamente enfrentándose a sí mismo es capaz de ver y admitir que todavía necesita ser transformado por Dios.
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”