Agar tenía todos los motivos para pasar el resto de su vida lamentándose. Ella era la sierva egipcia de Sara y fue forzada, por su patrona, a darle un hijo a su marido Abraham.
Al quedar embarazada del marido de su patrona, el ego de Agar creció desmedidamente y empezó a despreciarla, ya que Sara era estéril. Sara se satura de la arrogancia de Agar y le da un ultimátum a Abraham. A lo que él responde: “He aquí, tu sierva está en tu mano; haz con ella lo que bien te parezca…” (Génesis 16.6)
Entonces Sara humilla a Agar y hasta que ésta, con miedo, huye de su señora refugiándose en el desierto. Allí la encuentra un ángel, que la aconseja a volver y pedir perdón. Aún en el desierto, Agar recibe la promesa de que su descendencia sería numerosa.
Frente a tanto dolor, en un pasaje, Agar dice: “…Tú eres Dios que ve…”(Génesis 16.13). Luego ella decide regresar a la casa… Los años pasan. Todo parecía estar bien. Sara había concebido a Isaac y estaba feliz de la vida. Pero cuando Ismael, el hijo de Agar, fastidia a su primogénito, la furia de Sara entra en erupción y, más de una vez, ella le pide a Abraham que intervenga haciendo algo. Él despide a Agar y a su hijo Ismael sin ningún derecho. Sin casa ni comida, madre e hijo vivieron peregrinando por el desierto (lea Génesis 21. 8-21). Agar se aparta de su hijo para no verlo morir de hambre.
Su sufrimiento es intenso… Había empezado su vida como sierva y en el momento que todo parecía cambiar, dejó que su orgullo dominara su corazón y su castillo se derrumbó. Pero escuchó la voz de Dios en el desierto y pidió perdón. Más tarde, después de años de calma en que todo parecía ir bien, sin imaginarlo, se vio en medio del desierto, con su único hijo (lo único que podría decir que era de ella) casi muriendo de hambre.
El Dios que ve
¿Qué había hecho mal?¿ Dónde se había equivocado? ¿A quién recurrir? Dios ¿estaba viendo su sufrimiento?… ¿Quién no se sintió así alguna vez?: En el medio de un desierto o enfrentando situaciones en que parece que nadie nos ve, que a nadie le importa nuestro sufrimiento, ni nuestras lágrimas…
Con el corazón entristecido y llorando mucho, Agar se acordó del Dios que todo lo ve. Y ese Dios le mostró una vez más que el mundo podría rechazarla, pero Él jamás la abandonaría.
¿Qué aprendemos con Agar?
No importa donde estemos. Los ojos de quien todo lo ve, observan lo que hay en el fondo de nuestra alma, conoce nuestros dolores y aflicciones y, cuando llegamos al punto de la desesperación, dice: “…¿Qué tienes? No temas…” (Génesis 21. 17)
No importa la lucha que estemos pasando: si nuestra herencia fue robada, si de repente nos sentimos en el aire o quedamos a merced de las adversidades de la vida. Hay un Dios que hace suceder lo imposible y que va al desierto, solo para encontrarnos.
Si fuéramos rechazados muchas veces y cuando, aparentemente, las cosas no salen de la manera que esperamos que salgan, aún así, confiemos en la promesa de Aquel que perdona pecados y que no nos abandona. Aunque estemos atravesando un desierto, El estará con nosotros, abriendo pozos de agua para matar nuestra sed.
No dejemos que la prepotencia o el orgullo se vuelvan mayores que nuestros sueños. No es porque crecemos en algún área, que tenemos que humillar a quien está en una situación desfavorable. Por otro lado, si fuéramos humillados, recordemos que hay alguien que nos mira, que siempre está intercediendo a nuestro favor y que jamás nos desamparará.
La Biblia relata que Dios abrió los ojos de Agar para que viese un pozo de agua en medio del desierto. Que nosotros también podamos abrir los ojos para ver las maravillas de Dios para nuestras vidas. Pues es, solamente en medio del desierto, que tenemos chances de ver un oasis.