Qué felicidad poder venir aquí hoy para compartir esta maravillosa experiencia.
Finalmente, puedo declarar una nueva vida con Dios…
Todo se hizo nuevo… comenzando por mi interior.
Hace 17 años llegaba a la Iglesia Universal una joven víctima de innumerables problemas…
Nací en la miseria, fui víctima de pedofilia a los 10 años, sufrí muchas humillaciones, rechazos, y así fui recibida con amor y aceptación en la Universal.
Creyeron en mí y confiaron en alguien en quien nadie confiaba allá afuera…
Me aceptaron cuando el mundo me despreciaba.
Era joven y toda mi vida había sido víctima.
Ese fue mi mayor problema, porque la víctima es tratada con defensa. No está acusada de nada.
Conocí al Dios de Amor. Y como toda víctima que es acogida, deseé retribuir. Nunca me había sentido de esa manera, alguien importante…
Comencé a valorarme y a ser obstinada en darles amor a las víctimas de este mundo.
Esa gratitud me hizo dejar todo para servir a Dios.
El problema es que pasé de ser víctima de miseria y desprecio a ser víctima de las persecuciones e injusticias… Pero eso solo me motivaba a continuar…
Pero la víctima siempre trata de defenderse… Y así pasé 17 años en la iglesia. Yo no conocí el banco de los reos.
Con 18 años, no tenía clara consciencia de lo que tengo hoy…
Cuando el tiempo fue pasando, las heridas de esa víctima comenzaron a aumentar. Estaba siendo víctima de un matrimonio que no estaba funcionando, haciendo la Obra de Dios, pero llena de preguntas dentro de mí…
“¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por qué siempre todo ha sido tan difícil para mí?
Miraba a las personas a mi alrededor y, triste, pensaba: “Cómo para ellas todo parece salir bien. ¿Por qué Dios siempre permitió que yo esté sufriendo desde que nací?”
Cris, cuando la busqué, estaba desesperada, solo venía a mi mente: “No tienes que pasar por todo esto… ¡basta!”
Estaba cansada de ser víctima de todo eso…
Usted me ayudó a no desistir en ese momento.
Entonces, comencé, con toda sinceridad, a buscar la luz. La luz que me haría entender y ver toda la verdad.
Y la verdad, Cris, era que estaba tratando de mantener mi castillo, pero cada vez se desmoronaba más…
Hasta que yo, que hasta entonces era tan “correcta”, comencé a cometer algunos errores que parecían ser el detonante del fin…
Me arrodillé y dije: “Señor, se acabó, estoy rendida aquí… Todo se vino abajo. Me entrego, porque ya no sé qué será de mí…”
Fue en este momento cuando Dios tuvo la oportunidad de convencerme de que, en realidad, estaba sentada en banco de los reos.
Dios me hizo ver, en medio de los escombros, mis acciones como una película en mi mente.
Él me dijo: “No servía mantener en pie algo que estaba comprometido. Mira qué arrogante y prepotente fuiste…”
Fueron viniendo escenas de situaciones en las que mi reacción era mala, momentos en los que había sido mezquina, en los que me había juzgado superior o sutiles pensamientos impuros me habían convencido de que tenía razón, de que no había nada de qué arrepentirse, de que yo era la mejor en lo que hacía, por eso, alcanzaría algo mejor en la obra, en fin, pecados y más pecados disfrazados…
Me sentí tan sucia y avergonzada de pensar lo orgullosa, vanidosa y superior que había sido.
Entonces, busqué el perdón en ese momento…
Como había sido víctima toda la vida, ni siquiera había reflexionado sobre pedir perdón con sinceridad y consciencia de mi pecado cometido en el mundo y, en consecuencia, parecía que los errores diarios eran normales de mi humanidad.
Estuve tan engañada, por tanto tiempo…
¡Hoy todo está tan claro!
Entiendo a esas personas que escupen en el plato del que comieron en la Universal. Son víctimas que nunca se vieron como pecadoras.
Pues, mi nueva condición de pecadora ya no me dejaba creerme merecedora de nada…
Solo haber recibido el perdón de Dios ya era mi mayor gratitud…
Después de 17 años, conocí al Dios Salvador.
Temo tanto al pensar que viví tantos años pensando que estaba salva, cuando ni siquiera me había arrepentido verdaderamente.
Después de que fui limpiada y mis ojos se abrieron, comencé a plantar. Ya no buscaba el amor, la atención de mi esposo. Ya no tenía ese sentimiento de victimización…
Solo quería plantar creyendo en la Palabra de Dios.
De hecho, comencé a cosechar nuevos y buenos frutos. Mi interior, mis ojos, mi mente y mi corazón ya no eran los mismos.
Una paz indescriptible habitaba dentro de mí todos los días. Ya no era egoísta. Pensaba verdaderamente en el dolor de mi prójimo.
Ahora mi meta era cómo ayudar a mi esposo a ser alguien mejor también.
Empecé a preocuparme realmente por agradar a Dios y por obedecerle en todo…
Hoy todo es nuevo en mi vida.
Vivo una nueva relación con Dios y con las personas que me rodean, vivo un nuevo matrimonio con mi esposo. Vivo con la paz de la salvación.
Anónimo