¡Buen día, obispo!
Estábamos meditando al respecto de la obediencia de Abraham. Cuando hablamos sobre el sacrificio de su único hijo Isaac, no imaginamos la profundidad de esa actitud.
Para nosotros, tener hijos es algo común, pero, en aquella época y cultura, tener un hijo hombre significaba mucho, porque él era la garantía del sustento futuro de la familia. A través de él, el nombre de aquella familia continuaría vivo por una generación más. Por eso, existía un cuidado enorme con los hijos hombres, principalmente con los primogénitos. Ellos eran los más protegidos, notablemente tratados de forma diferente y privilegiada.
Cuando Dios le pidió a Abraham a su único hijo en sacrificio, sabía el verdadero valor de lo que estaba pidiéndole. En el Altar, sería sacrificada la única oportunidad que Abraham tenía de dar continuidad a su familia, de garantizar su futuro y su generación.
En la Biblia en hebreo, las palabras usadas por Dios son muy fuertes. Al hablar con Abraham, Él se refirió a Isaac diciendo “a quién amas” ? ??? – ?????. Esa expresión tiene un sentido mucho mayor que la noción de amor que las personas normalmente tienen. Significa “amor sin reservas, completo, pleno, perfecto”. Además de eso, “Asher” quiere decir “aquel que permite”, y “Ahava” quiere decir “amar”. O sea, Dios le pidió a Abraham “a aquel que le permitió amar”. Eso muestra que, solamente después del nacimiento de Isaac, Abraham se tornó un hombre completo, pleno, perfecto, que no necesitaba nada más y que pudo entonces conocer el amor que viene de Dios.
A pesar de todo lo que Isaac representaba para Abraham, el héroe de la fe decidió obedecer a la voz de Dios. No se quejó, no dudó, no se arrepintió por haber pasado por todo lo que pasó para conquistar al hijo, tampoco juzgó vanos todos los esfuerzos que había hecho hasta aquel momento. Nosotros también pasamos por la misma situación que pasó Abraham: Dios nos limpia, cambia, transforma, engrandece, y llega un determinado momento en que Él nos pide a nuestro “primogénito”. Pero muchos de nosotros no tenemos la misma reacción que tuvo Abraham – y con certeza nuestro “primogénito” es mucho menor que aquel que le fue pedido a Abraham. Lamentablemente, murmuramos, miramos hacia atrás y aceptamos muchos pensamientos que nos impiden hacer aquello que Dios realmente quiere de nosotros.
Recientemente estuvimos en Nazaret y, durante la reunión que hicimos, tuvimos la experiencia de poder ver en nuestros días lo que Abraham vivió en su tiempo. En la reunión había un matrimonio árabe, que tiene 2 hijas, pero, conforme la esposa se refirió al marido: “él todavía no es considerado un padre, porque no tenemos un hijo hombre”. Aquí en Nazaret, cuando nace un hijo hombre, cambia el nombre del padre. Siendo así, yo por ejemplo, dejaría de llamarme Gustavo y pasaría a llamarme “padre de Gabriel – Abu Gabriel”. En el caso de ese árabe, por tener solamente hijas, su nombre aún no fue alterado, y no puede ser considerado un padre.
En la ciudad y para ellos lo importante es tener un hijo hombre, el primogénito. Antes de eso, ninguna hija mujer es tomada en cuenta – las madres incluso abortan hijas mujeres hasta que llega el varón. Existe una presión enorme por parte de la familia y de los amigos, y ese matrimonio nos contó que ellos son siempre menospreciados delante de todos por esa situación. A través de este ejemplo, podemos imaginar cuán fuerte y fiel fue Abraham, aun con toda la presión que sufría. Incluso el derecho de tener otra mujer, para poder generar un hijo, él lo negó. Abraham permaneció fiel a su esposa y a Dios, mostrando que no le importaba lo que los demás pensaban.
Espero haber colaborado en algo.
Gustavo Boccoli