Usted ya debe haber oído hablar que es equivocándose que se aprende. Se trata de una ley básica de la experiencia humana: error y aprendizaje. Una vez aprendida la lección, el error no debería repetirse. Al menos, eso es lo que se espera. Sin embargo, en la práctica, muchas veces, no es lo que sucede.
Es difícil aceptar que nos equivocamos. Del error, proviene una mezcla de culpa, angustia, baja autoestima, inseguridad y miedo. Son sentimientos que surgen como una forma de castigo. Como resultado de eso, la tendencia es actuar en una zona de comodidad.
Nadie quiere correr riesgos para no fracasar nuevamente. Sin embargo, equivocarse y reconocerlo en cualquier área – en el trabajo, en las relaciones o inclusive en el ámbito familiar, con los hijos -, forma parte del crecimiento personal.
Pero de acuerdo a la manera que lidiemos con el error determinaremos nuestra evolución y éxito. Por eso es necesario reflexionar sobre cada situación. Pensar en los caminos que se pueden seguir y obtener soluciones para los problemas.
Fíjese que se trata de una acción mental que lo conduce a tomar una actitud que le proporciona confianza, coraje y oportunidades. En ese momento, es necesario dejar los sentimientos de lado y usar la mente.
Use la razón
El problema es que algunas personas no logran cambiar el rumbo porque ya tienen hábitos arraigados que, muchas veces, pasan de generación en generación. Es necesario quebrar esa cadena.
La actitud antigua está basada en una fe emotiva, que tiene una fuerte relación con la religiosidad. La misma nos conduce al error, inevitablemente. Por eso, quien se deja conducir por la religiosidad jamás logra establecerse en el Reino de Dios, y ni siquiera logra distinguir la enorme disparidad entre la fe emotiva y la racional.
Reconozca la principal causa de la falla y desee cambiar. Al identificar el error, es natural, al principio, sentirse inferior. Pero al no desanimarse e intentar realizar eso de la forma correcta, su seguridad regresa a la plataforma anterior o, incluso, a un nivel superior.
Ganancias y pérdidas
Perseguir el acierto, aunque para eso haya tropiezos en el camino, tiende a conducirlo al éxito. Pero, atención, no vale enfrentarlo con sufrimiento. Es necesario tener en mente que la vida está hecha de ganancias y pérdidas, y que la suma de los dos lados es importante para nuestro crecimiento.
Para alcanzar ese objetivo, piense: “¿Quién es el Único que puede ayudarme y que nunca me abandonará?” Para llegar a la respuesta, será necesario usar su lado racional. Ese ya es un pequeño ejercicio de la fe inteligente.
Fallar es apenas una de las posibles consecuencias del desafío. El error puede no suceder. Bíblicamente, la fe emotiva está simbolizada por la carne. Por eso, quien se deja conducir por esta, jamás logra establecerse en el Reino de Dios.
La fe sobrenatural es espiritual, es racional, e implica el ejercicio constante de la razón. Por eso, la fe sobrenatural es fe inteligente. Es inteligente porque no está apoyada en la emoción humana, sino en la capacidad racional de aceptar y practicar la Palabra, cuya fuente es el Supremo Ser de la inteligencia y del saber: el Señor Jesús.
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