Cuando estamos solos, existen dos voces que nos hablan: la del mal y la del bien. El mal es el causante de todo el malestar de este mundo sucio. Por otro lado, el bien es Dios, el Todopoderoso, que está en todos los lugares. Incluso, en este momento está ahí con vos. Eso nos permite invocarlo a cualquier hora.
Dios sabe que nos dirigimos a Él cuando tenemos algún dolor o en momentos de aflicción. Él es glorioso, no duerme y no Se cansa. Al contrario, trabaja 24 horas por día y conoce todos nuestros problemas.
Él dijo:
“E invócame en el día de la angustia; Yo te libraré, y tú Me honrarás” (Salmos 50:15).
Él dice que está junto a la persona que sufre, pero, para que pueda entrar en acción, es necesario invocarlo. Es decir, si no Lo invocás, no vas a manifestar tu fe, que es la condición esencial para alcanzar la misericordia de Dios. Siendo así, Él no puede hacer nada.
El Señor Jesús dijo:
“… Hasta ahora Mi Padre trabaja, y Yo también trabajo” (Juan 5:17).
Significa que a cualquier hora o ante cualquier situación, Jesús está presente y ve todo. Pero Él solo viene a nuestro encuentro cuando Le decimos: “Señor, ten misericordia de mí”.
Orar es hablar con Dios. Entonces, no tomes el paquete de problemas que tenés e intentes pasárselo a terceros. No seas perezoso en la Fe. Hablá con Dios. Si dependés de la oración de una persona, esa fe no sirve. Tenés que depender solo de Dios, porque Él oye el clamor de todos los que Le invocan. Por lo tanto, si querés comer con tus manos, el Propio Dios te dará en tus manos lo que deseás. Entonces, usá esa Fe.
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