Jesús enseñó que el Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró las bodas de Su hijo, y que envió a Sus siervos para invitar a todos al banquete de aquella fiesta. Y cuando hizo eso, preparó el Cordero, preparó el banquete.
Nosotros hicimos lo mismo en obediencia a Su Palabra, porque el Señor Dios nos ungió con Su Espíritu para hacer la invitación y anunciarles a las personas las buenas nuevas, darles buenas noticias, decirles a los afligidos que existe una solución. Decirle al condenado por un cáncer, una enfermedad incurable, que existe salud, que existe restauración, que existe cura para él. Decirles a los desesperados que hay esperanza. Anunciarles a los quebrantados de espíritu, de corazón, el consuelo del Señor.
Dios nos has ungido con Su Espíritu para anunciarles a los que lloran que Él viene a consolarlos, que Él viene a confortarlos. Nosotros, en obediencia a Su Palabra, anunciamos, llamamos, insistimos, invitamos a todos los que lloran, a todos los que sufren, a todos los enlutados, a todos los que están gimiendo, para decirles que Él cura, que Él libera, que Él transforma, que Él cambia sus vidas, porque Él no ha cambiado Su forma de ser, que es El Mismo, y que Lo que ha hecho en el pasado, lo hace en el presente.
¡No es justo que invoquemos a un Dios tan grande y nuestra vida sea tan mezquina y mediocre!
Quizás usted dice así: “Yo he estado en la Iglesia, he estado orando a Dios, hablando con Jesús, leyendo Su Palabra, pero no conozco a Jesús, no tuve un encuentro con Él, no sucedió la transformación dentro de mi ser. Durante muchos años estoy buscando, pero, por una razón que desconozco, aún no tuve mi encuentro con Jesús. Pero yo deseo hacer un pacto con Él. Yo quiero colocar mi vida en el Altar de Dios. Yo quiero entregarme, quiero amarlo por encima de todo lo que existe en este mundo, incluso por encima de mi propia vida, de mis seres queridos, de mis familiares. Yo quiero ofrecerle mi vida a Él, quiero ofrecerle mi corazón. Aprovechar esta oportunidad en que el Espíritu del Señor vino a consolar a los que lloran, ya consoló a los que lloran, ya curó a los enfermos, ya liberó a los oprimidos. Yo quiero colocar mi vida en el Altar para que este Espíritu posea mi cuerpo”.
El Señor Dios está sobre mí, Su Espíritu está sobre mí, para darles un recado, y decirles a ustedes, a todos ustedes, independientemente de su condición social, independientemente de su religión, independientemente de si usted es hombre, mujer, joven, viejo, no importa. Dios quiere hacerlo a usted parte de Su Familia. Él quiere que usted sea un miembro, ¡un miembro de Su Familia! De la Familia de Dios. Pero Él solo puede hacer esto cuando usted se da, se entrega a Él.
Secretos y misterios de la fe con el obispo Macedo, todos los domingos a las 18h, en Av. Corrientes 4070 – Almagro y en todas las Universal del país por videoconferencia.
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