Israel había cruzado el Mar Rojo y estaba caminando hacia la Tierra Prometida. La señora Rebeca Kauffman, junto a sus tres hijos, acompañaba al señor Benjamín Kauffman, siguiendo la dirección de Moisés rumbo a Canaán.
De pronto, ella comenzó a tener un comportamiento de queja y murmuración, empezando a reclamar por todo.
“No aguanto más esta vida de peregrinación por el desierto…”
“Estamos caminando hacia un lugar al que ninguno de nosotros conoce, ni nadie jamás estuvo antes allá…”
“¿Existirá esa Tierra Prometida?”
“Cada vez que la nube se mueve de encima del Tabernáculo tenemos que desarmar todo, hacer las valijas y seguir viaje… ¡basta para mí!¡Ya no quiero esa vida!”
“La próxima vez que la nube muestre una nueva dirección, ya no voy a ningún lugar…”
Con un tono de voz que antes jamás había usado, la señora Rebeca le dio el ultimátum a su marido:
“Si tú quieres continuar ve solo. Yo hasta aquí llegué. Estoy cansada de caminar en círculos. Si la nube se mueve otra vez, ¡los niños y yo nos quedaremos aquí!”
El señor Kauffman pensó que serían los efectos de un “SPM” o un “momento de furia” que inmediatamente pasaría, y prefirió guardar silencio.
No tardó nada, y la nube se movió de encima del Tabernáculo. El viento de Dios sopló, mostrando una nueva dirección. Era el momento de hacer las valijas nuevamente y continuar caminando.
Y entonces él oyó el grito de la señora Rebeca:
“¡Yo no voy! Me cansé de hacer valijas y deshacer valijas. Me cansé y ya no quiero nada más. ¡Aquí me quedo!”
Todos desarmaron sus tiendas, hicieron sus valijas y continuaron el camino rumbo a Canaán. Parecía un gran desfile. Personas y familias enteras pasaban por la puerta de la tienda de la familia Kauffman.
El señor Benjamín, entonces, decidió apoyar la decisión de su esposa y mantenerla contenta ese día, quedándose a su lado. La señora Rebeca se puso muy feliz porque su esposo, por primera vez, apoyaba su decisión.
Todo el pueblo de Israel caminó y desapareció detrás del relieve topográfico del desierto, mientras la familia Kauffman permaneció en el mismo lugar hasta que la noche llegó.
La columna de fuego que los calentaba y los protegía del intenso frío del desierto se había ido junto con Moisés y el pueblo. Por eso, durante esa noche, el señor y la señora Kauffman, abrazados a sus tres hijos, sintieron un frío que les congelaba hasta los huesos. Era un frío tremendo que nunca habían sentido.
El día amaneció y la señora Rebeca le pidió al hijo más joven que fuera a buscar un poco del agua que fluía de la Roca para preparar algo caliente. El muchacho demoró más que de costumbre, y volvió con su odre vacío, diciendo:
“No pude encontrar agua”.
La señora Rebeca, entonces, le ordenó al hijo del medio que fuera a recoger un poco de maná para el desayuno, pero el muchacho también demoró y volvió con la olla vacía. Ya no había más maná.
Por último, envió a su primogénito a que trajese algunas codornices. El día se estaba acabando, cuando el joven llegó muy quemado por el sol, como nunca antes, y con las manos vacías.
Sin la protección de la nube de Dios, el sol se había tornado insoportable para todos.
Sola en el desierto, la familia Kauffman ya no tenía agua de la Roca, ni maná, ni codornices.
Viendo a los hijos quemados por el sol durante el día y temblando de frío durante la noche, notando que la familia desfallecía de hambre y sed, la señora Rebeca no tenía nada más que el silencio de su marido, que se ponía la mano sobre el ceño y observaba el horizonte.
La señora Rebeca y toda la familia Kauffman tuvieron que ceder y reconocer que realmente no existe vida si salimos de debajo de la nube de la presencia de Dios.
Desarmaron la tienda y el orgullo de sus corazones.
Hicieron las valijas con mucha prisa y salieron corriendo a abrigarse nuevamente debajo de la nube de Dios.
Que todos aprendamos con esta historia de la legendaria familia Kauffman, para que permanezcamos siempre debajo de la Nube de la Dirección de Dios.
Mas tú, sigue hasta el fin; descansarás y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días. Daniel 12.13