Cuando existe esfuerzo y entrega en pos de una conquista, existe cariño y celo. Nadie puede dañar ni destruir lo que fue conquistado con tanto sacrificio. Quien osa destruir y abandonar lo que fue conquistado con sacrificio, enciende el fuego de su indignación.
Pero no siempre es posible encontrar a alguien que entienda ese celo, porque esa persona no ve lo que usted ve, no pasó lo que usted pasó. No sintió sus mismos dolores ni sus luchas por aquella conquista. Y cuando la ve irritada, enojada y perdiendo la calma, esa persona se siente ofendida o sorprendida por la actitud. Y la juzga mal, y llega a hacer malos comentarios acerca de eso.
Es evidente que cuando alguien se enoja por algo es porque ama y quiere lo mejor para ese individuo u objeto. Una vez, el Señor Jesús: “…echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de Mi Padre casa de mercado.” Juan 2:15-16
Quien usa las circunstancias para juzgar, seguramente juzgaría mal al Señor Jesús por aquella actitud. Pero aquí se hace evidente el amor y la consideración que tenía con lo que el Padre constituyó como santo, desde el principio. La Casa de Dios no es para negocios. No es para algo personal, sino para Dios.
Quien abre una iglesia para su bien personal, pensando en su posición y su condición, ve la iglesia como un negocio. Con seguridad no tiene la menor condición de “estar” dentro de la Casa de Dios, usando el nombre de Dios para recursos personales.
Hubo varios “hermalos” que una vez estuvieron en el templo, pero tenían segundas intenciones. Ellos terminan generando “discípulos”, exactamente iguales a ellos. Llegaron a vacunar a las personas dentro de la propia iglesia en contra del Señor Jesús. Generaron malicia, engaño y confusión dentro de la iglesia.
Quien es de Dios no es cómplice. La persona le dice, directamente a la dirección, lo que está ocurriendo delante de sus ojos. Y ella, que es de Dios, no teme lo que le pueda suceder porque lo que realmente importa es la Casa de Dios, su salvación y la de los demás.
La persona se enfurece con lo que es malo, porque fue con mucho sacrificio que conquistó la salvación, y jamás permitirá que ningún motivo la corrompa. Ella cela la Casa de Dios. Es decir, la salvación, más que cualquier otra cosa. Y por la salvación lucha y defiende, con todas sus fuerzas, para retener lo que, para ella, es lo más valioso.
(*) Extraído del blog de Viviane Freitas