“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” (Hebreos 11:1)
Como la fe carga la autoridad de Dios para librar a los que creen, también la duda trae en sí la autoridad del mal para esclavizar a los que no creen. Por esto, solo hay plenitud de vida cuando hay ejercicio de la fe sobrenatural. La vida vivida basada en la fe impide cualquier problema espiritual. El insomnio, el miedo, el nerviosismo, la depresión, los vicios, la angustia, los constantes dolores de cabeza, los deseos de suicidio, los complejos, los fracasos sentimentales y la inseguridad son síntomas de la acción del espíritu de la duda.
¿Cuántos buenos negocios han sido desperdiciados a causa de las inseguridades?
¿Cuántos matrimonios han sido destruidos a causa de las desconfianzas sin motivos? ¿Cuántas tragedias suceden debido a las dudas en las decisiones?
Solo la fe practicada neutraliza la acción mortal de las dudas del día a día. Nada que ver con la religión practicada. La fe es la autoridad de Dios para ser usada en contra de toda la acción del mal. En la fe no existen incertidumbres, miedos, traumas o debilidades. Al contrario, existe la más absoluta certeza de adónde se quiere llegar.
Pero… quien vive en la duda espera por la suerte. Y mientras no viene, es la mala suerte la que ocupa su lugar. La suerte y la mala suerte nacen de la misma fuente, la vida pasa y no hay futuro prometedor para sus víctimas. La duda es la mujer del mal, la madre de los fracasos. Su objetivo es el de esparcir terror, destrucción y muerte. Por otra parte, la fe transforma el presente y proyecta el futuro.
Es la autoridad Divina para vencer el mal. Pero hay que ejercitarla.
La vida basada en la fe es la garantía de la protección contra el mal.
(*) Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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