Qué privilegio poder seguir su mensaje, Obispo!
Recuerdo bien cuando fui bautizada con el Espíritu Santo. Estaba faltando solo 1 día para que el Ayuno terminara y todavía no Lo había recibido.
Había dejado la música profana, las telenovelas de la tarde que no me perdía por nada, pero aun así faltaba lo principal, y solo lo descubrí cuando lo oí a usted.
Exactamente al mediodía, dejé el almuerzo a un lado para oír la Palabra Amiga. La tristeza se apoderó de mi ser, porque el tiempo se acababa y yo no había recibido lo que estaba buscando en esos 20 días de Ayuno, y tenía muchas ganas.
La sed era grande, entonces usted dijo: “¡Tome una silla, hable con Dios así como yo estoy hablando con usted! ¡Dígale lo que hay ahí en su interior, no repita oraciones!”
Y yo obedecí. Cuando me vi, de rodillas, mirando dentro de mí, vi lo feo y sucio que era mi corazón, vi por qué no Lo había recibido.
En ese momento, hice una limpieza de mi ser. Nunca Le había hablado así a Dios. Él ya lo sabía y estaba con los brazos abiertos esperándome.
¡Qué alegría, qué paz! ¡Cuánto amor y cuidado! ¡Qué gozo en el alma!
¡Encontré a Jesús! ¡Ah, qué día!
Aún hoy tengo este placer, esta riqueza en mí, pues ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.
Renata Gonçalves