El nacimiento del hijo de Dios no ocurre mediante la interferencia humana. Ni iglesias, ni doctrinas y mucho menos vasto conocimiento bíblico hace posible nacer de Dios. El nacimiento del Espíritu Santo es obra exclusiva de Él. La forma como Él opera ese milagro de los milagros sigue la misma de la concepción de Jesús.
María le preguntó al ángel cómo Jesús sería engendrado en ella si no tenía ningún contacto con un hombre. Al igual que ella, la mayoría de las personas han creído que se nace de Dios por el hecho de haber aceptado a Jesús como Salvador y haber sido bautizada en las aguas. A pesar de ser una doctrina cristiana, aun así, es insuficiente para el nuevo nacimiento prometido.
El ángel respondió:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con Su sombra.” Lucas 1:35
De la forma como Jesús fue engendrado en el vientre de María, también los hijos de Dios son engendrados por el Espíritu Santo, o sea, Él los envuelve con Su sombra. En aquel momento, hay mucho lloro. Primero, de tristeza por los pecados cometidos, ya que el Espíritu los convence de eso. Y, al sentirse completamente perdida, la persona busca quien pueda salvarla. Y, otra vez el Espíritu Santo señala al Salvador.
En ese mismo instante, la persona se rinde al Señor Jesús con todas sus fuerzas, de todo su corazón y entendimiento. Entonces, el lloro de tristeza se transforma en gozo y alegría indescriptibles. A partir de allí, la persona pasa a tener el carácter Divino para vivir en novedad de vida.