Nuestro comportamiento en el día a día refleja nuestras elecciones y lo que somos de verdad. A lo largo de los años, décadas y siglos, la sociedad pasó por inevitables transformaciones, y eso ocasionó muchos beneficios para las personas, como, por ejemplo, los avances tecnológicos y de la medicina. Sin embargo, esos cambios también ayudaron a alterar algunos valores.
Las virtudes intrínsecas al hombre, en todo momento corren el riesgo de corrupción. Son algunos violando y quitándoles a otras personas lo que no les pertenece (incluso la vida); pasando por encima de sus compañeros por cargos y status; traicionando a quien más lo quiere bien, meramente por un placer efímero; o acariciando el ego de los demás en detrimento de la propia dignidad.
Por otro lado, es siempre posible ser feliz y respetado cuando se está decidido a cambiar de vida. Adquirir preceptos regidos por valores tan antiguos como los que podemos encontrar en las Sagradas Escrituras. Coraje, justicia, integridad, dominio propio y convicción, si son trabajados juntos, son capaces de transformar a una persona y a su entorno.
Seis preciosos valores
Muchos dicen que el miedo no es malo, pues es él quien nos deja en alerta ante el peligro. Y es de ahí que nace el coraje. Una fuerza moral que nos hace reaccionar delante de un sentimiento o fracaso y nos hace perseverar para librarnos del mal. Así como sucedió con los amigos Sadrac, Mesac y Abed-nego, que, al negarse a adorar la imagen de oro de Nabucodonosor, fueron lanzados al horno de fuego. Sin embargo, fueron salvos; el fuego no les causó ningún daño a sus cuerpos:
“He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. (…) Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses.” Daniel 3:17, 24-25
El sentido de equidad permite que cada uno de nosotros trate al prójimo sin diferencias, como su semejante. La justicia aprecia el respeto a los derechos de cada persona, y nos da a cada uno de nosotros lo que nos pertenece, sin favorecer o desfavorecer a nadie. Jesús nos enseña eso en un mandamiento:
“Entonces respondiendo Jesús, les dijo: ¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios? (…) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos. Entonces el escriba Le dijo: Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no hay otro fuera de Él; y el amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios.” Marcos 12:24, 31-33
Un hombre lleno de corazón y razón logra ver el mejor camino y trabajar para un bien general, sin ser corrompido. La integridad rige no solo la honra de alguien sino que también dicta sus mayores actos de honestidad. El Señor estaba con José y todo o que él hacía prosperaba. Delante de eso, Potifar le confió su casa y todo lo que tenía. Incluso delante de la tentación, José fue digno:
“Aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo: Duerme conmigo. (…) No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” Génesis 39:7 y 9
Muchas ofertas pueden generar tropiezos en quien busca consumir algo. La prudencia es, antes de todo, un norte para elegir el mejor medio de lograr un objetivo, con cautela y preocupación, sin perjudicarse por la prisa o futilidad. Jesús nos orienta a ser prudentes como la serpiente:
“He aquí, Yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas” (Mateo 10:16). Porque las serpientes están siempre vigilando, no se colocan en evidencia por cualquier cosa y logran distinguir quiénes son sus predadores.
Cuando tenemos el deseo de algo, primero necesitamos evaluar si eso es esencial para nuestra vida o solo una reacción a un estímulo externo o de una memoria del pasado. Quien tiene dominio propio es capaz de frenar los propios deseos y resentimientos. Volvamos a la historia de José, cuando él, rey de Egipto, se presentó ante sus hermanos, que lo habían vendido años atrás:
“Entonces dijo José a sus hermanos: Acercaos ahora a mí. Y ellos se acercaron. Y él dijo: Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros.” Génesis 45:4-5
Es muy difícil que algo no salga como no se quiere cuando se cree de verdad, y se tiene firmeza en lo que fue propuesto. Es la convicción que nos lleva hasta un lugar estable, y es esa certeza la que representa nuestra fe:
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.” Hebreos 11:1-3
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