Muchas actitudes masculinas son condenables hace mucho tiempo, pero siguen perdurando en el día a día y, muchas veces, quienes las practican o están de acuerdo con ellas las consideran como algo normal. Son las mentiras recurrentes a la esposa, los chistes prejuiciosos y sexistas en la ronda de amigos o en el contenido compartido en las redes sociales, la violencia física o verbal contra la mujer, las actitudes intempestivas e impulsivas en el tránsito, fruto de la imprudencia al manejar y que ponen vidas en riesgo.
Lo peor es que, lamentablemente, esos malos ejemplos se reproducen en las enseñanzas del padre al hijo, en bromas inocentes y que, en la opinión de muchos, no hacen mal. La omisión de quienes las aceptan sin cuestionarlas también contribuye negativamente, pero la gran verdad es que muchos no tienen noción de cómo estas acciones traen serias consecuencias para todos, destruyen relaciones, aumentan prejuicios y segregan hombres y mujeres.
Un ejemplo de esto es el fútbol, que se sigue usando como excusa para la violencia.
Recordemos algunos casos recientes: un explosivo se tiró contra un micro de Bahia, en Brasil, cuando el equipo de fútbol se dirigía a un partido. El arquero se lastimó el rostro y, por poco, esto no le afectó los ojos. Días más tarde, el clásico entre Grêmio e Internacional se canceló luego de que un hincha adversario tirara una roca contra el micro gremista. Uno de los jugadores se hirió la cabeza y lo trasladaron al hospital. En México, una pelea entre equipos dejó al menos 26 heridos. Las autoridades dicen que no hubo muertes, pero los fanáticos desmienten esta información.
¿Cosas de hombre?
Aunque todas estas actitudes sean extremadamente condenables y muchos se asombren, hay quienes las justifiquen diciendo que son «cosas de hombre». Pero la verdad es que eso no es más que un argumento superficial para defender lo injustificable. Es una trampa para los incautos que no reflexionan profundamente por qué es más fácil actuar de esa manera que cuestionar sus actos. Lo peor es que los hombres así contribuyen cada vez más a la propia destrucción. Después de todo, estas actitudes solo demuestran claramente cómo no debe ser un hombre de verdad.
Creer que alguna de las conductas mencionadas anteriormente tiene algún respaldo normal o ético es, como mínimo, falta de discernimiento. El hombre inteligente no ataca a los demás por gustarle un deporte, tampoco piensa o hace comentarios que desvaloricen a las mujeres o a su prójimo. ¡Discriminar es una burrada!
En el fondo, estas actitudes son totalmente anticristianas, y el que actúa de esa manera necesita, urgentemente, rever sus conceptos. Es necesario entender que un hombre de verdad no actúa de manera inconsecuente, sin medir sus actos, y no observa con segundas intenciones a una mujer que pasa delante de él ni la ve como un objeto de placer. Quienes normalizan estas actitudes se equivocan absurdamente.
Si usted se considera un hombre de verdad, haga una autoevaluación de su comportamiento para saber cómo actúa, si perpetua estas acciones o las omite. De ser necesario, busque ayuda para cambiar su modo de actuar y pensar. Busque el cambio en Dios. Esto solo lo hará progresar en una cadena del bien, la cual ayudará a todos los que lo rodean.