Yo no sé por qué hacemos eso, pero se ha comprobado que está en nuestra naturaleza sacar conclusiones de ciertas cosas y personas sin tener ninguna evidencia. Miramos hacia alguien y rápidamente juzgamos a aquella persona por la ropa, el color de su piel, su manera de andar y muchas otras cosas que observamos tan sólo con echar un vistazo en ella. Somos difíciles de agradar… Si el pelo no está bien arreglado, pensamos que es descuidada; si el cabello está bien arreglado, pensamos que es presumida; si sonríe a todos, pensamos que está exagerando; si no sonríe a nadie, la encontramos muy orgullosa. Y nuestras reglas no se acaban ahí… Tengo vergüenza de decir que ya estuve en los dos lados: Ya fui juzgada y ya juzgué.
Cuando juzgué a una persona y después descubrí que estaba totalmente equivocada al respecto, me sentí la peor amiga que alguien pueda tener. Mis pensamientos; sobre aquella persona eran malos, rabiosos y maliciosos y, cuando, pienso en eso, me siento muy avergonzada, especialmente porque esa persona acabó revelándose como una mujer maravillosa. En aquella época en que saqué esas conclusiones, pensaba que esa persona era una mujer vacía que estaba intentando ser lo que no era. Algunos años después, la conocí mejor y me di cuenta de que la había juzgado de manera equivocada. Ella no sabía nada, pero Dios había visto cómo mis ojos eran impuros contra ella. Si pudiese volver atrás, jamás dejaría que aquellos pensamientos inútiles invadieran mi mente.
Pero también me encontré en una situación en la que fui juzgada — en realidad varias veces. Me sentí tan injusticiada. Quería probar lo contrario, quería decir algo, pero ¿cómo haría eso? Hubo una vez que quise tanto demostrarles que estaban equivocadas respecto a mí, que no descansé hasta el día en que hice lo siguiente: Me esforcé de todas las maneras para que viesen que yo no era como pensaban, pero nada de lo que hice o hablé cambió su opinión. Hasta que crecí espiritualmente y me di cuenta que no debería perder mi tiempo y mi vida intentando demostrar a los demás que estaban equivocadas respecto a mí, pues yo nunca lograría agradarles o responder a las expectativas de todos; a fin de cuentas, soy humana. A veces, nos olvidamos que somos humanas y por lo tanto sujetas a errores.
Nunca seremos lo suficientemente buenas para las personas, y no hay ningún problema al respecto pues no necesitamos ser buenas para ellas. Dios nos escogió tal y como somos, llenas de errores y defectos, Él conocía todas nuestras debilidades y, aún así, nos escogió de entre tantas mujeres del mundo que tienen más estudios, más éxito y mucho más de todo. ¿Alguien puede desear algo más que ser seleccionada entre millares y millares de mujeres para marcar la diferencia por su fe? Querida lectora, fuiste escogida por Dios para ser esa mujer increíble, no importando lo que ya fuiste o hiciste. No pierdas ese premio intentando impresionar a las personas que no marcarán ninguna diferencia en tu vida, impresiona a Aquél que lo merece; dale lo mejor, dale todo, y verás Su justicia en tu vida.
Extraído del libro “Mejor que Comprar Zapatos” de Cristiane Cardoso