Alan fue una víctima de las adicciones gran parte de su vida: “Probé el cigarrillo y el alcohol como un juego. Convertí a la cocaína en mi dios, tomaba cinco gramos por día. Me gastaba 15 lucas en la semana”.
“Veía una conducta extraña en él, pero no me daba cuenta lo que era en realidad. Hay situaciones puntuales que me llamaron la atención: Una vez, le pedí que comprara medicamentos y volvió a los cinco días. Al llegar, supe que estaba sin dormir, divagaba. En otra oportunidad se quedó dormido frente al volante. Finalmente nos separamos”, recordó su esposa Tamara.
“Si tenía que gatillarte para conseguir droga, estaba dispuesto. Perdí todo, me quedé sin trabajo y mis hijos no me querían ver. De última quise suicidarme, até la cuerda en el techo y me colgué, no lo hice bien, porque no pude. Ella me trajo a la Universal, decidí poner fuerzas y ese mismo día, ya no tenía ganas de consumir. Tuve otra recaída, aprendí de mi error, la guerra es espiritual”.
“Estábamos separados, yo no le creía, pero después empezamos a luchar juntos. Después de tantas decepciones, mentiría si dijera que no me costó entregarme”, agregó ella.
“Hoy ni siquiera puedo oler el cigarrillo. A pesar de eso, no tengo abstinencia y duermo en paz. Tenemos nuestras luchas, pero estamos juntos y bien gracias a Dios”, finalizó Alan con una sonrisa.
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