De ser tan importante en los tiempos bíblicos, el oficio de pastor de ovejas y otros animales, cedió, con el tiempo, su nombre al sacerdocio, al acto de liderar y orientar a otras en la fe, celando por ellas e indicándoles los caminos de los preceptos de Dios. Un rebaño suelto puede ir a lugares peligrosos, ser atacado en cualquier momento por predadores, sin que alguien los defienda, que cele por su crecimiento saludable, que les garantice buenas pasturas, que evite que sufran un robo. Los animales dependen de él para su existencia. Podrían ser salvajes y “arreglárselas” bien, pero nadie niega que es mucho más seguro tener el cuidado de un pastor.
En la época de la Biblia y en la actualidad, en varios puntos del mundo, un pastor de animales comienza su trabajo temprano, muchas veces siendo niño. Desde la infancia siente el peso de la responsabilidad, pues muchas veces está en sus manos el sustento de la familia o hasta de la comunidad. Era común en los tiempo bíblicos que las familias más pobres, que no podían contratar pastores, enviaran a un hijo a realizar ese trabajo (tal es el caso de David, como en la foto de arriba, de la miniserie “Rey David”, de la Red Record).
Tampoco era raro que un pastor se convirtiera en líder de su tribu. La propia biblia cuenta historias de pastores valerosos. Sí, pastores de ganado, como los que visitaron al recién nacido Jesús y esparcieron la Buena Noticia. Pastores de hombres, como Pablo, que condujo mucha gente al Evangelio. Y pastores de los dos tipos, que en algún punto de sus vidas estuvieron entre cabras y ovejas, para después convertirse en valiosos líderes espirituales de sus semejantes. Como Abraham, señor experto de muchos rebaños, después patriarca de muchos patriarcas. De Moisés, que, después de huir del ambiente del palacio egipcio, apacentó el rebaño de su suegro, para más tarde conducir a todo su pueblo rumbo a la Tierra Prometida. Y de David, cuya experiencia con la honda para ahuyentar predadores que atacaban sus ovejas le sirvió para matar al gigante Goliat, para mas tarde convertirse en uno de los mayores reyes de la historia.
Patrimonio vivo
Cuando Abraham salió de Ur de acuerdo a la orden de Dios, convirtió todo su patrimonio en ganado. De ese modo, podría transportarlo en la vida semi-nómade que iniciaba (ilustración al lado). Ovejas, cabras, bueyes y mulas eran un tesoro que caminaba con sus propias piernas, garantizaba carne y leche, pieles para ropa y tiendas, huesos y cuernos para la confección de utensilios, además del valor comercial. Vale también citar los sacrificios de animales para Dios, tan importantes en aquella época.
Cuando el pueblo dejó de ser nómade, aún así los pastores eran necesarios. Seguía haciendo falta todo lo que podía dar el rebaño. En toda la Biblia están las trompetas, vasijas (como la que contenía el aceite para la unción) y hasta adornos, hechos de cuernos. Tiendas y ropas eran realizadas con pieles y lana (las bolsas se hacían con pelo de cabra tejido, así como algunas cortinas del Tabernáculo). Carne y leche son, hasta hoy, parte esencial de la subsistencia. Algunos pueblos los obtienen de rebaños pastoreados a la antigua (como los actuales beduinos), sin tecnología.
En la traducción bíblica, la misma palabra designó ovejas y cabras. Podía significar, respectivamente, un ovino, un caprino, o ambos. Las cabras están mejor en terrenos más accidentados, mientras que las ovejas prefieren los más planos. Ellas prefieren las pasturas del suelo (pasto y forraje), mientras que las primeras también se alimentan de arbustos, a veces ayudadas por los pastores, que bajaban los gajos más altos con su cayado.
La leche de cabra era utilizada por su versatilidad. El animal era mucho menor y más fácil de mantener que una vaca. Una cabra saludable puede dar alrededor de 3 litros diarios de leche saludable. Con ella se hacía el leben (una especie de cuajo) y quesos muy nutritivos para niños y adultos. También era común que una cabra fuera dejada con la familia, mientras que las demás partían con el pastor hacia el campo. Además de proveer la leche para la casa, muchas veces se ganaba el cariño de los moradores y se convertía en una mascota.
Cuando el pueblo comenzó a ser sedentario, era común que la comunidad eligiera a un pastor que llevaba el rebaño de todos a campos distantes, ya que no había espacio ni alimento suficiente entre las casas y las calles.
Tareas
En la primavera, después del período de lluvias, había bastantes pasturas verdes. Después de la cosecha, lo que sobraba se dejaba para que los animales comieran. Cuando esa opción de alimento se terminaba, era hora de
andar por los campos para buscar hierba seca. La presencia de pasto fresco también podía ser señal de agua retenida tras las lluvias, permitiendo que el rebaño permaneciera por más tiempo en determinado lugar (las “aguas de reposo” y los “delicados pastos” citados en el famoso Salmo 23 de David, que entendía muy bien el asunto). Cuando esa agua se acababa, se usaba la de los pozos.
Los peligros para el rebaño no eran pocos. Por eso, la protección era constante. En varios libros de la Biblia (como Jueces, 2 Reyes y Amós) citan predadores naturales, como leones y osos. También eran comunes las hienas y chacales. La vieja figura de los lobos devorando corderos era notoria. Los pastores arriesgaban sus vidas para ahuyentar o matar los animales salvajes. Ellos tenían que pagarle al dueño por la pérdida o el robo de un animal, conforme el caso, y tenían que probar la causa de su ausencia (Éxodo 22:10-15).
Era común que dejaran las ovejas en un lugar seguro para buscar a una que se haya descarriado. En caso de que alguna se golpeara, estuviera enferma o demasiado cansada, el pastor la cargaba en sus hombros (como lo describió Jesús en Lucas 15:3-6).
Las armas para proteger el rebaño eran simples y eficaces. El bastón de madera era pesado, y podía tener clavos en las puntas. La honda, bien usada, ahuyentaba o mataba depredadores, o incluso era utilizada para advertir a ovejas que se descarriaban. Una vara grande (cayado), generalmente con una curva en un extremo, era usada tanto en la conducción como para reprender algunos de los integrantes más rebeldes del ganado. También ayudaba al pastor a apoyarse en terrenos difíciles. La punta del cayado, embebida en tinta, sería para marcar una de cada diez ovejas, que era dada en diezmo (Levíticos 27:31-33).
Generalmente, el pastor cargaba una bolsa, o alforja, en la que llevaba alimentos, pequeños utensilios y hasta piedras para la honda. Algunos hacían versiones menores de esa bolsa sólo para esa munición. Dentro de la alforja podía haber una pequeña flauta de bambú, un pequeño alivio en la soledad del pastoreo, o para alegrar las fiestas del pueblo. David tocaba el arpa muy bien, que lo distraía y apacentaba el rebaño (ilustración de arriba). La costumbre de tocar el instrumento lo acompañó en sus días de rey.
A la noche, era común que el pastor reuniera el rebaño en un corral de piedras (llamado redil, en la foto de abajo), con plantas espinosas en el cerco, con una abertura adelante, donde él se acostaba, si se dormía, formando un portón vivo, que sentiría si algún animal quisiera salir. También se usaban cavernas y se hacía un muero de piedras en la entrada, con la misma abertura. Jacob describe la difícil vida del pastor, a merced del frío, hambre y con la imposibilidad de dormir en algunas noches (Génesis 13:40). Algunos llevaban pequeñas tiendas, fáciles de transportar y armar (Cantares 1:8).
El cruzamiento y la asistencia en los partos generalmente eran coordinados por el pastor. Algunos también se ocupaban de esquilar a las ovejas.
De regreso a los poblados, el rebaño era depositado en corrales bien alejados, con una parte cubierta y otra al aire libre, en la que los animales permanecían, de acuerdo al clima.
Era común que se usaran perros en el trabajo. Perros pastores todavía son compañeros en la actividad, aún en las haciendas más modernas, generalmente animales confiables y eficiente, leales a su dueño. Casi siempre están detrás de los rebaños durante los viajes, haciendo que los animales descarriados regresen al grupo, cercándolos.
Intimidad
Con el tiempo, pastores y rebaño se entrelazaban. El hombre pasaba a conocer el temperamento de algunos animales, que creaban con él un lazo de obediencia. Conocerlos uno a uno les permitía ser devueltos al dueño correcto, en los casos en los que los pastores se ocupaban de rebaños colectivos. “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen”, dijo el propio Jesús en Juan 10:14. Él mismo, carpintero, también conocía a fondo el trabajo del pastoreo y sus secretos, que usaba mucho como ejemplo en sus enseñanzas.