En el Antiguo Testamento, Dios le dio órdenes al pueblo a través de Moisés acerca del cuidado de la salud. Antes de hablar de curas o médicos, la Ley mostraba claramente que la salud era una consecuencia de las prácticas del individuo, como la higiene, la buena alimentación, el consumo de agua limpia, descanso después de cierto período de trabajo, reglas para el sexo en el matrimonio y apartar a quien estuviera con enfermedades contagiosas.
La enfermedad entre los hebreos de esa época era vista como un castigo para quien no obedecía la Ley, y no solo en el sentido espiritual, ya que muchas de sus reglas se referían directamente a la salud – lo que hacía comprensible el efecto. Claro que los médicos ya existían, pero la búsqueda de ellos era objeto de críticas (2 Crónicas 16:12). Según las costumbres, en caso de enfermedad primero se buscaba a Dios.
En países cercanos, la práctica era diferente. En Babilonia y en Egipto, por ejemplo, las enfermedades eran vistas como resultado de la actividad de espíritus malignos. Los médicos, entonces, eran vistos como hechiceros – pero, ni por eso, dejaban de probar remedios y prácticas quirúrgicas. Ciertas leyes controlaban la medicina, y los médicos tenían que pagar con la misma moneda si se equivocaban con los pacientes. Los egipcios se hicieron conocidos por sus investigaciones médicas y odontológicas, y los indicios históricos muestran que los fenicios usaban el oro en el tratamiento de los dientes. Las parteras eran muy conocidas por los hebreos (Éxodo 1:15).
Incluso a los judíos, que atribuían la cura directamente a Dios, las prácticas vecinas los influenciaron. Isaías mandó a preparar, bajo la orientación de Dios, una masa de higos (ingrediente muy común en esa época por sus propiedades antiinflamatorias y por detener sangrados) y aplicarla sobre una llaga de Ezequías, y fue sanado (2 Reyes 20:7).
En la época del Nuevo Testamento, se sabía que algunas enfermedades eran, de hecho, obra de espíritus malignos, y otras eran males físicos por otros motivos, como contagio o malos hábitos – ambas podían ser curadas por Dios, usando la fe, al mismo tiempo en que los médicos no eran descalificados, pues se tenían la noción de que usaban la inteligencia dada por Dios para descubrir la cura de enfermedades. Lucas era médico y fue uno de los discípulos de Jesús, viendo al Mesías curar a muchas personas (como a un leproso). Era un profesional de la salud, pero entendía que la vida era obra del Señor.
El caduceo
Los antiguos griegos veneraban a Esculapio (o Asclepio) como el dios de la salud. Los romanos absorbieron la mitología griega, que llevaban los cultos a falsos dioses a las tierras que conquistaban. Con el tiempo, las investigaciones se sobrepusieron al culto, e Hipócrates desarrolló la medicina, así como buscó postular reglas para el manejo ético de la práctica – lo que originó el hasta hoy conocido “Juramento de Hipócrates”, que realizan los profesionales de la salud. Cabe aclarar el verdadero origen del símbolo de la medicina, pues el que vemos en muchas instituciones y consultorios, el caduceo, bastón con una serpiente enrollada en él. Este deriva del artefacto que Esculapio usaba en sus representaciones en pinturas y esculturas.
Un error hizo común el uso de otro caduceo, con dos serpientes y un par de alas en la extremidad superior, como símbolo de los profesionales de la salud- en realidad, ese artefacto era usado por el personaje mitológico Hermes, como representación del comercio moderno. Obviamente, no hay más conexión directa entre la medicina moderna y el culto a los falsos dioses que, hoy sabemos muy bien, no son más que personajes ficticios, obra de la criatura (el hombre) y no del creador (Dios).