Muchos relatos bíblicos describen como los hebreos ansiaban sus tierras desde el principio de los tiempos, cuando recibieron de Dios la orden de poblarlas. Su existencia estaba muy ligada a su tierra, de donde obtenían el sustento y perpetuaban su pueblo.
Conforme avanzaban y conquistaban, los israelitas se establecían como es mostrado en el libro de Josué. Tenían la porción de tierra que les era por derecho otorgada por Dios. Sus tierras fueron distribuidas por suertes. “Suerte” era el nombre dado a un disco de piedra que, era tirado y dejaba uno de sus lados para arriba, el origen de la palabra que designa algo bueno que sucede como la costumbre actual de tirar monedas para sacar “cara o seca”. Los hebreos creían que la suerte estaba bajo el control de Dios, de ahí la expresión “ser la propia suerte” (no seguir la orientación divina) Por lo tanto era por la voluntad del Señor que determinada tribu o familia iba a cierta área.
“La suerte se echa en el regazo; Mas del Señor es la decisión de ella.”
(Proverbios 16:33)
“Dios es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, Y es hermosa la heredad que me ha tocado”
(Salmos 16:5-6)
Siguiendo estas reglas, las tierras recibían una marca generalmente formada por una pila de piedras, o un surco concéntrico de tierra arada, y esas marcas no podían ser removidas por la familia propietaria o por otra familia, para no alterar lo que había sido dado por Dios:
“En la heredad que poseas en la tierra que el Señor tu Dios te da, no reducirás los límites de la propiedad de tu prójimo, que fijaron los antiguos.”
(Deuteronomio 19:14)
Las tierras prácticamente no podían ser comercializadas en esa época. Para ellos, deshacerse del bien que Dios les había dado era una enorme deshonra para Él, y por otro lado era una forma de que las tierras sean pobladas y su posesión garantizada, para que otros pueblos no avanzaran. Eso queda bien en claro en el fragmento bíblico en que Nabot negó vender sus viñas a Acab:
“Y Acab habló a Nabot, diciendo: Dame tu viña para un huerto de legumbres, porque está cercana a mi casa, y yo te daré por ella otra viña mejor que esta; o si mejor te pareciere, te pagaré su valor en dinero.
Y Nabot respondió a Acab: Guárdeme Señor de que yo te dé a ti la heredad de mis padres. Y vino Acab a su casa triste y enojado, por la palabra que Nabot de Jezreel le había respondido, diciendo: No te daré la heredad de mis padres. Y se acostó en su cama, y volvió su rostro, y no comió.”
(1 Reyes 21:2-4)
No era justo que una familia pasara por dificultades financieras si tenía una tierra para vender. Si ella fuese comprada en una situación como esta, el nuevo propietario tenía que devolverla a sus antiguos propietarios en el año del Jubileo (cada 50 años desde la entrada en la tierra prometida por Dios a Moisés y su pueblo en el Monte Sinaí).
“Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia.”
(Levítico 25:10)
El valor de la tierra, para ser comercializada en esta hipótesis, era basado en el número de años restantes hasta el Jubileo siguiente (Levítico 25:13-17). Esa transición era hecha oficialmente, debidamente auditada por las autoridades de la tribu. Si la familia que había vendido la tierra superaba las dificultades financieras antes de la llegada del Jubileo, el nuevo dueño era obligado a vendérselas a ellos nuevamente. Esto era para mantener las tierras bajo la posesión de la misma tribu.
Herencia
Como hoy, la tierra era pasada de padre a hijo. En el caso de tener más de un hijo (algo común en aquellos tiempos de poblamiento necesario), el primogénito tenía derecho a una porción doble en relación a sus hermanos. El padre podía pasar la tierra a su hija o hijas en el caso de no tener hijos. Además, si no tuviese hijos, los hermanos del dueño recibirían la herencia, y así según la sucesión citada por la antigua ley de Dios en Números 27.
Hasta hoy el sentimiento de los descendientes de los hebreos en relación a la tierra es muy fuerte.