¿Usted sabe qué es un pecado? La Biblia muestra que «Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley», 1 Juan 3:4. La iniquidad es todo acto de desobediencia a los mandamientos de Dios, algo no solo inmoral ante la sociedad, sino ante los ojos de Dios, porque le hace mal al que la practica y al que es víctima de ella.
En Santiago 1:14-15 está escrito: «… sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte». Es decir, la persona que cede ante sus propios deseos carga con las consecuencias que le proporcionan.
La Palabra de Dios es clara cuando dice que pecar es desobedecer, y no indica que un pecado puede ser más grande que otro. No importa si es grande o pequeño, porque, de cualquier manera, aleja a la persona de Dios. Cuando una persona comete un pecado, considerado pequeño, hace más concesiones, por eso, cuando se da cuenta, le es más difícil librarse de él.
«En una carta, destinada a los cristianos de Roma, Pablo afirmó que “la paga del pecado es muerte…”, Romanos 6:23. Pero ¿a qué pecado se refería? ¿Al ladrón de bancos, que roba millones, o al hombre que roba para comer? ¿Al secuestrador que tortura a su víctima o al hijo que le miente a su padre para obtener beneficios?», cuestionó el obispo Edir Macedo, en un video de sus redes sociales.
En realidad, la consecuencia del pecado es para todos ellos, como dijo el obispo: «Independientemente de cuál sea su pecado, incluso el pecado más pequeño ya es suficiente para que seamos lanzados al lago de fuego y azufre por toda la eternidad. Porque Dios no comulga, no convive con el pecado, aunque sea un “pecado tonto”, “chiquito”».
Carnadas emocionales
De esta manera, una mentira, por ejemplo, es tan grave como un homicidio. Así como el Señor Jesús afirmó, que el que miente es hijo del diablo (lea Juan 8:44). Es él (el diablo), quien lanza sus «carnadas emocionales» para que la persona dependa de la mentira para lograr lo que quiere y se ensucie delante del Altísimo.
Esa «suciedad» está representada en la Biblia por los leprosos. Ellos, por ejemplo, tenían prohibido frecuentar el Templo de Jerusalén a causa de su enfermedad. «La lepra representaba el pecado de la incredulidad, que tiene el poder de, poco a poco, consumir al ser humano, torturándolo de dolor», afirmó el obispo Júlio Freitas en su blog. No obstante, él explicó que, por más que hubieran pecado, ellos podían redimirse. «El Señor Jesús vio la belleza del leproso, la cual era ajena al resto del mundo, porque Él lograba ver su alma. Todos nosotros, a los ojos de Dios, en algún momento de nuestras vidas, fuimos leprosos.»
El obispo Júlio destacó que el pecado enferma a la persona, así como la lepra. «Según las Sagradas Escrituras, cuando no vivíamos la Palabra de Dios y desconocíamos la verdad, delante de Dios, éramos más “feos” que cualquier leproso. ¡Nuestros pecados nos dejaban sencillamente horrorosos y fétidos! El pecado corroe, tiene el poder de desfigurar al ser humano, de mancharlo al punto de no ser bienvenido en la presencia de Dios. Cuando digo pecado, no solo me refiero a los capitales, como robar, adulterar, matar, entre otros, porque para Dios no existe “pecadito” y “pecadón”, pecado es pecado, sea cual sea», dijo, concordando con el obispo Macedo.
Así como una «mentirita» parece algo inofensivo, otros pecados también permean diariamente con su máscara de pequeñas infracciones, como pelear en el tránsito, insultar, ceder ante el enojo, recibir de más en el vuelto y no devolverlo, romper la palabra empeñada, entre otros.
Es posible purificarse nuevamente
Aunque usted solo tenga «pecaditos», abandónelos mientras hay tiempo. Si usted se arrepiente y se limpia de la lepra de la desobediencia, su vida tendrá otro sentido, no solo en la tierra, sino también durante toda la eternidad. Entienda que todos somos pecadores, pero no debemos ser esclavos del pecado. Podemos arrepentirnos y comprometernos a no cometer más los hábitos que desagradan a Dios. Pídale ayuda para lograrlo y usted estará listo para buscar al Espíritu Santo.
Un testimonio muy común de una persona que recibió al Espíritu Santo es con respecto a un pecado que antes no la incomodaba, pero pasa a incomodarla mucho. Con la visión humana, una «mentirita» es normal, sin embargo, con la visión espiritual que la persona recibe, pasa a querer distanciarse del error, porque tener al Espíritu Santo la hace querer estar siempre más cerca de Dios, al contrario del pecado, que la aleja cada día más de Él. No obstante, nadie puede querer recibir al Espíritu de Dios y al mismo tiempo apartarse de Él, ¿no es así?
Los ojos de Dios hacen que la persona vea el pecado, por menor que sea, lo confiese y, de esta manera, comience a detectarlo. Todos estamos sujetos a caer en tentación cuando no le damos oídos a la voz de Dios, pero Él nos proporciona el arrepentimiento para que nos volvamos a Él. Sin un verdadero arrepentimiento, no hay una verdadera redención. Así como el propio Mesías dijo: «… vete, y no peques más», Juan 8:11. Una simple frase que nos da toda la estrategia para vencer el pecado y garantizar la Salvación de nuestras almas.
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