La oración sincera es la más pura expresión del alma. Es el puente que une nuestro espíritu y el Espíritu de Dios. Clamor, gratitud, arrepentimiento, alabanza, humillación, adoración, súplica… No importa cómo lo decimos, sino qué decimos.
PRIMERO, agradezca, no sólo por haber sido uno de los “llamados”, sino porque Dios ha permitido que usted responda a ese mismo llamado. Recuerde que: “… pues muchos son llamados, pero pocos escogidos.»“ Mateo 22:14
Y la primera característica de los escogidos, de los que cumplen Su voluntad, y verdaderamente aceptaron a Jesús como su único y eterno salvador, es el coraje. Coraje para enfrentar al enemigo (Efesios 6:12) y para predicar el Evangelio.
SEGUNDO, para mantenerse en un camino es necesaria la determinación, la fuerza, el coraje, la obstinación, la autodisciplina. Pero, no se trata de un esfuerzo unilateral, pues cuando estamos en la dependencia de Dios, Él nos sostiene, ya que (re)conoce nuestro lado humano y las tentaciones a las que estamos sujetos, tanto que dice: “Y si aquellos días no fueran acortados, nadie sería salvo; pero por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados.” Mateo 24:22
TERCERO, sin Su Espíritu somos huérfanos, estamos desamparados, nuestra fuerza y capacidad se mantiene hasta un determinado momento, pues Él es nuestro “combustible” para continuar, perseverar y, finalmente, alcanzar nuestro galardón. Como tal, el Espíritu Santo no es un complemento para el cristiano, sino una necesidad imperiosa para los que quieren mantenerse hasta el final, como dice Su Palabra: “… ¡Sé fiel hasta la muerte y Yo te daré la corona de la vida!“ Apocalipsis 2:10