La voluntad de Dios es soberana y superior a cualquier otra. Cuando el Señor Jesús oró el Padrenuestro, dijo: «… Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra». Al decir: «Santificado sea Tu nombre», Él pidió que santifiquemos nuestras vidas para que, por medio de esta, podamos promover el Reino de Dios aquí en la tierra. De esta manera, la voluntad de Dios se realizará en la tierra, así como se realiza en el cielo.
Cuando Dios santifica a una persona en Su nombre, lo hace para que sea un referente de Él en este mundo, es decir, para que las demás se reflejen en ella y también puedan entrar al Reino de Dios. Su voluntad es que sea un molde para otras y que el Espíritu Santo, que está en su interior, también esté en el interior de las demás. Consecuentemente, podrán expandir el Reino de los Cielos.
En el cielo, la voluntad de Dios se hace de manera perfecta. Todos los ángeles son sumisos y hacen exactamente lo que Dios desea. Aquí en la tierra, los ángeles son los bautizados con el Espíritu Santo. Por eso, cuando recibimos al Espíritu del Altísimo, queremos hacer Su voluntad, independientemente del lugar en el que estamos.
El apóstol Pablo dijo: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad», Filipenses 4:8. Cuando una persona no tiene al Espíritu Santo, hace todo lo que es odioso, impuro y de mala fama. Por lo tanto, la voluntad de Dios para nuestra vida es que tengamos Su imagen y semejanza, que exhalemos el perfume de Jesús dondequiera que estemos. El diablo trabaja para deshacer familias y corromper las buenas costumbres. En cambio, los hijos de Dios van a los brazos del Padre. No obstante, para que esto suceda, es necesario hacer la voluntad de Dios.